A cinco metros de la puerta principal que conduce al complejo de El Sauce, en Tumbaco, se escuchen risas de niños. Al atravesar el portón se observa a una decena de pequeños vestidos con un uniforme rojo, el mismo que usan los jugadores del club de Primera de El Nacional.
En la cancha donde suelen entrenarse los jugadores de las inferiores, decenas de niños juegan, se empujan, patean balones… Disfrutan de su curso vacacional.
Unos 50 pasos más allá, el ambiente es distinto. Los jugadores dirigidos por Carlos Sevilla salen de prisa en sus autos. La mayoría de ellos con la cabeza gacha. Sentir tristeza por la muerte de Christian Benítez, jugador insigne del club, es inevitable. Lo asegura Manuel Cortez, utilero del equipo y una de las personas que vio crecer a Benítez. “Es duro, bastante duro”.
Después de esa afirmación, Cortez se niega a recordar las travesuras de ese niño vivaz. Menciona: “No me pregunte más y déjenlo descansar”. Patricio Cevallos, coordinador de El Nacional, coincide con él. “Ya no queremos hablar”.
La huella que dejó Benítez en su corazón es grande y por eso dice: “Pero antes de que se vaya déjeme contarle esto”. Cevallos camina hacia la cancha principal del complejo, cierra sus ojos y recuerda a un niño de baja estatura, bastante conversador y bromista. “Era un pilas, un buen hijo y un buen padre”.
‘El Licen’, como lo llaman los jugadores en El Nacional, conoció al exseleccionado a las 48 horas de nacido. Su amistad se prolongo por años. Es por esa razón que, junto a otros delegados del club, acudirá al velatorio y entierro de Benítez. “Es doloroso, pero tengo que estar ahí”.
Después de recordar a un pequeño Benítez, Cevallos abandona el complejo. Los niños que asisten al curso vacacional de fútbol también se retiran, pero antes de atravesar el portón de salida, se despiden de Benítez. Él, retratado en un afiche, los recibe desde el pasado lunes, cuando la noticia de su muerte dio la vuelta al mundo.