El barrio de Núñez en Argentina vivía algo ajeno al resto de la ciudad de Buenos Aires. Los diarios, ni siquiera los deportivos como Olé, les dieron importancia alguna: no había siquiera un breve en la portada. Era apenas una anécdota que ayer se jugaba la final de la Copa América.
Uruguayos y paraguayos se tomaron esta coqueta zona residencial de la capital argentina, mientras a unas 20 cuadras, hombres, mujeres y niños paseaban por los bosques de Palermo, indiferentes al partido y gozando del tibio sol de invierno.
Por las esquinas de Udaondo y Figueroa Alcorta la vida era una fiesta de guaraníes y charrúas, y de algunos venezolanos que aún celebran lo que hizo la ‘vinotinto’ en este torneo.
Hombres, mujeres y niños iban y venían envueltos en banderas, con pelucas o pintadas las caras, buscaban sus puertas de ingreso.
Se cruzaban los seguidores de ambas selecciones y era un ambiente de paz, algo insospechado en ese barrio que al menos dos domingos de cada mes vive un ambiente tenso cuando juega el popular River Plate.
Jorge García, un vecino del bulevar Monroe –así se llama- se dio hasta el gusto de sacar a pasear su perro. “Esto no lo puedo hacer en otros partidos. Lo que ocurrió con el descenso de River fue algo extraordinario y terrible. Ya no ocurren tantos problemas como antes, pero es preferible no salir porque nunca se sabe”.
Un cabo de la Policía Federal coincidía con él: “Esto es demasiado tranquilo si se compara con otros partidos. Míralos. Andan todos juntos y no pasa nada. Eso no ocurre en el fútbol argentino”.
Lo que el policía no veía es que a una cuadra, jóvenes uruguayos con cerveza en la mano no tenían entradas. Compraban más y más cerveza, hasta que uno de ellos advierte la credencial de un periodista. “Linda entrada esa que tenés, eh. Como que me vendría bien esa entrada”.
Más allá de ese inconveniente, era más el tránsito de personas con sus rostros llenos de ilusión y ansiedad. Fundamentalmente de parte de los uruguayos que llegaron a esta final con su orgullo intacto: “Somos un país de apenas tres millones. Hazlo saber a la gente de Ecuador: somos un país chico, muy chico, pero somos de lo más grande”, dijo Juan Forte.
“Somos humildes. Eso es lo que nos caracteriza. Los argentinos creían que tenían esta copa ganada de antemano y ya es la tercera vez que les podemos sacar el trofeo de la mano”, recordó Juan Pablo Cao Eguren.
Recordaba la última copa organizada en este país, 1987, cuando eliminó en la semifinal a Argentina y finalmente fue campeón ganando 1-0 a Chile. “Somos los únicos que hemos ganado la Copa acá (la primera fue en 1916)”, añadió.
Los paraguayos estaban más serenos. Querían ganar, pero sabían que habían llegado a la final, tal como lo dijo el técnico Gerardo ‘tata’ Martino: “De culo”, que en Argentina quiere decir “de suerte”. Fernando Villa viajó desde Asunción por 18 horas. “Estoy muerto, pero nunca había visto a Paraguay en una final. La última fue hace 32 años. No me lo podía perder. El equipo no está muy bien, pero sabemos jugarles a los uruguayos”, confiaba y pronosticaba un 2-0.
Ya adentro del estadio, no había piedad: la canción oficial de la Copa América, autoría de Diego Torres, sonaba una y otra vez. Los jugadores y árbitros entraban en calor. En las tribunas era una guerra de aliento entre ambas hinchadas. Faltaba poco para que Uruguay y Paraguay escribieran una nueva página de su historia deportiva. Solo faltaba el pitazo inicial del brasileño Salvio Fagundes. El después del partido será otra historia.