Isabela Aveiga se aferraba a las hojas forradas en un gastado plástico. Pedía por Pablo Palacios, por Juan Samudio, por Matías Oyola, para que llegara la cuarta de la tarde y repetía: “Eres lo más grande del astillero/ eres lo más grande del Ecuador/ eres lo más grande del astillero/ por eso te llevo/ en el corazón”.
De 64 años, Aveiga ayer no renunció a sus fetiches: el Cristo Negro y Narcisa de Jesús. Los llevaba como cada domingo, impresos en hojas A4, en sus rugosas manos. “Cinco años sin la Copa y sin una dirigencia que piense en esta hinchada”, reflexionaba, mientras Rubén Darío Insúa agitaba sus manos, desesperado, como si dirigiera el tránsito en una esquina, para que los jugadores, incluido el arquero Daniel Viteri, pasaran de prisa desde una cancha -la amarilla- hasta la otra -azulgrana- y se introdujeran en el área rival, en busca de que por obra de un rebote llegara el gol que los clasificara a la repesca de la Libertadores.
“De día viviré vistiendo la amarilla, de noche la oscura me acompañará”, coreaba Diego Calle, de 16, estudiante del Liceo Naval Jambelí. Lo hacía inspirado por la fuerza de la Sur Oscura, que bramaba en la general Carlos Muñoz, el graderío sur del estadio Monumental. Calle filmaba a los amarillos de la Sur con su Black Berry y no dejaba de corear.
“Esto se va al YouTube”, aseguraba a sus amigos, quienes fotografiaban a la bandera templada sobre la bandeja de esa barra. Allí rezaba, en rojo y negro: ‘Barcelona S.C. Alegría de los chiros’.
“Es una pena que haya venido tanta gente; pero Barcelona es mi pasión, mi amor”, enfatizaba Aveiga, quien cubría sus canas con un gorro de tela sin visera, similar al de los seguidores argentinos del fútbol, salvo que con los colores del Barcelona.
Miguel Valladares, de 42, bajó abruptamente a Miguel, de 2 años, de sus hombros y alertó: “Cuidado con las aguas”. Hinchas desaprensivos arrojaban orines, sumidos por el nerviosismo de los minutos finales. “Siéntense, no dejan ver”, gritaban voces sórdidas, perdidas entre las bubuzelas amarillas que Mérida Angulo ofertaba por un dólar. “Tienen el sello de Barcelona”, explicaba.
Los policías, aspirantes en realidad, solo miraban atónitos, mientras eran salpicados por gotas de líquido. En las gradas los jóvenes con la camiseta en la mano deliraban. “Un solo ídolo, tiene el Ecuador, Barcelona campeón, Barcelona campeón”… Aveiga, con algo de sensatez, lloró. Para cuando Patricio Carpio, el juez, pitó el final, solo alcanzó a decir “Vamos Barcelona yo te vengo a ver/ por siempre te seguiré/ por siempre te alentaré”. Miró a la suite oeste, leyó ‘Maruri renuncia’ y se alejó.