Las casas que se levantan en los estrechos callejones en la ciudadela Los Tamarindos, al noroeste de Portoviejo, fueron construidas con el sistema de adosamiento o paredes vecinas. En una de esas viviendas vive, desde hace 24 años, Richard Forlán Resova.
La casa de este ex seleccionado de Uruguay y antiguo jugador de Wanderes, Peñarol, Liverpool, Temperley, Liga de Portoviejo y Liga de Cuenca, es de dos plantas y su arquitectura sencilla se mantiene: ventanas pequeñas, cubierta de eternit y paredes de ladrillo.
Un piso de tangaré (una madera resistente) divide la primera de la segunda planta de la casa. Las señales de que su dueño fue futbolista, fotos en blanco y negro, están en su habitación de la parte alta.
Presuroso, va en busca de las imágenes que lo situaron como uno de los mejores punteros derechos de Uruguay. Baja con cuatro cuadros. Dos de cuando jugó en Montevideo Wanderes y dos de cuando fue seleccionado.
Las fotos son expresivas. Richard lucía una melena típica de los futbolistas del sur del continente. Ahora su cabeza está rapada. Del cajón de un escritorio, ubicado al fondo de la sala, saca una carpeta de cartulina amarilla. Allí guarda algunos recortes desde 1972, cuando los cronistas de su país describían sus virtudes como futbolista. Con emoción cuenta pasajes de su vida y a ratos sus ojos se humedecen.
Richard pasa la mitad de su tiempo frente al computador. Navega en Internet. Ingresa a la página de Google. Escribe su apellido –Forlán- y la información que se despliega es abundante. Sus logros como futbolista están en los párrafos inolvidables de la historia de Uruguay.
En la actualidad, sin duda el nombre que más suena y copa las páginas de los navegadores es el de Diego Forlán, su sobrino, cuya figura se consagró después del reciente Mundial de Sudáfrica.
Aunque son parientes, Richard conoció a Diego recién en la Copa América de Perú, en el 2005. Recuerda que llegó a un hotel en Chiclayo. Fue de cobertura, ya que trabaja desde 1997 como comentarista y analista de fútbol para Manavisión, un canal de televisión en Manabí.
“Saludé a Jorge Fosatti, entonces técnico de Uruguay. Le pedí que llamara a Diego pero algo surgió y no pudimos conversar. Más tarde en los entrenamientos hablamos en el estadio de Chiclayo. ‘Soy tu tío’, le dije. Se acercó, me dio un beso en la mejilla y nos abrazamos. Nunca olvido ese instante, lleno de emociones”.
Hablaron de la familia, unida por la pasión del fútbol, en una extensa charla. Para Richard el tiempo no contaba. Allí estaba Diego, quien era el retrato de su padre Pablo, ambos rubios, de narices pronunciadas y ojos verdes.
Después de dos partidos, Diego Forlán concedió una entrevista a su tío Richard. Lo mismo Fosatti. Los años pasaron y luego solo vería a su sobrino por la televisión.
Los genes futbolísticos jugaron su partido entre los Forlán. A pesar de que no están juntos saben que la estirpe, que al parecer viene desde el País Vasco, se encuentra en tres generaciones, pues el abuelo de Diego Forlán, Darío, también fue jugador.
Xiomara, la cuarta de cinco hijos (dos uruguayos y tres ecuatorianos), vive en Portoviejo con su padre, Richard. Dice que es un papá genial. Aunque siempre habla de fútbol lo comprende y él la mima y la consiente.
Hoy, por su cabeza rapada, Richard Forlán es casi irreconocible para quienes crecieron y compartieron su formación y logros futbolísticos. En 1973 tenía melena. Aún recuerda su debut en Primera división, en el estadio Centenario. Entonces salió lesionado, con una fractura de clavícula.
Era un puntero derecho de raya, muy disciplinado. Volaba por la banda, esa característica le sirvió para ser convocado a la selección juvenil para jugar el Sudamericano de 1 973 y llegó a final.
Luego pasó a Montevideo Wanderes. Allí jugó hasta 1976. Posteriormente fue vendido a Temperley (Argentina).Una lesión lo obligó a regresar a Uruguay el mismo año. Antes, en 1974, formó parte del equipo nacional de mayores que realizó una gira por Europa, previo al Mundial de Alemania.
También jugó la Copa América 1975, cuando fue técnico José María Rodríguez.
En marzo de 1979, cuando estaba de descanso en Montevideo, un amigo le comunicó que Alberto Spencer, el delantero ecuatoriano que había triunfado en Peñarol y que probaba suerte como entrenador, lo buscaba.
“¿Te querés ir a Ecuador por USD 9 000 por un año”, me dijo”. Bueno, le respondí, y llegué a Liga Deportiva Universitaria de Portoviejo. Jugué tres meses, Spencer era el técnico y solo duró un año.
En un partido contra Universidad Católica los meniscos de la pierna derecha se afectaron. Me dieron de baja. Después de una operación en Quito mejoré y pude jugar en Liga de Cuenca. Logré el ascenso”.
Fue su última participación, ya que los problemas de salud pusieron fin a su carrera. Después de las múltiples lesiones la vida se puso cuesta arriba. Pero como en las canchas, cuando sacó a relucir su garra charrúa, se sobrepuso a las adversidades y decidió seguirle dando batalla a la vida.
“Había que seguir adelante, como un buen puntero derecho, si el fútbol terminaba una nueva fase de la vida empezaba”. Para entonces ya se convirtió en un residente de Portoviejo y Manabí.
Tenía que sobrevivir. El fútbol que le había dado fama, aunque no mucha fortuna, quedaba atrás. Un amigo en Portoviejo le dio un trabajo: repartía 100 litros de leche diarios, buscó clientes y le fue bien. Luego compró una furgoneta Toyota de segunda mano y transportó niños en expreso escolar durante 17 años.
Sus conocimientos en el fútbol le sirvieron para empezar una actividad que nunca pensó que realizaría: comentarista. Primero fue en radio y lo hizo en dos partidos de la Copa América de 1993, realizada en Ecuador. “Luego Edwin Valdivieso, entrevistador de Manavisión, me propuso ingresar la televisión local”.
Cuando habla del Mundial que terminó el 11 de junio, con Uruguay en cuarto lugar, sonríe. El amor a la tierra volvió con fuerza. “Mi Selección ya no fue esa que practicaba el fútbol del ‘ollazo’, en Sudáfrica jugamos con clase y apareció la estirpe de los Forlán”.