Las elecciones de Barcelona se parecen a una canción del grupo español de rock Ilegales: “Viejas caras, nuevas caras, pero las mismas cabezas”. ¿Será posible que, ahora sí, el equipo más popular del país podrá contar con un líder que salve a la institución de su pernicioso ciclo autodestructivo?
Más allá de quién termine ganando las elecciones del sábado, es notorio que el nuevo presidente deberá enfrentarse a una serie de problemas que amenazan, no solo al prestigio del equipo, sino a la supervivencia de la institución. El financiero es el más notable (ya aburren por repetidas las tristes historias de sueldos impagos y demandas laborales); pero también cuentan, y mucho, la tentación de utilizar al ídolo como plataforma electoral y la agresiva actitud de algunos hinchas que se creen con el derecho de amenazar a los jugadores (y romper parabrisas) porque no ‘sienten la camiseta’, como si ganar fuera cuestión de meras pasiones.
Los 15 años de derrotas deportivas no son tan importantes como los tres lustros de malos manejos que convirtieron al equipo con mejores sueldos y contrataciones del Ecuador en una parodia. En ese lapso, El Nacional (que también sufre su crisis de fondos) igualó a Barcelona en títulos locales, Emelec equilibró las estadísticas de los cada vez más soporíferos clásicos del astillero y Liga de Quito eclipsó los logros internacionales del ídolo con cuatro copas. Lo único que conserva Barcelona es el apodo de ídolo, un estadio que rara vez se llena y unos cuantos juicios por deudas impagas. No es justo.
Los dirigentes de turno han aportado, con gran éxito, para esta crisis con decisiones erróneas, coqueteos políticos y abusos que incluyen escandalosas rupturas de contratos (¿se acuerdan del cervezazo a Biela?) y una larga lista que es doloroso nombrarla. Ojalá que el nuevo presidente y su equipo actúen como hinchas y no como políticos disfrazados. Ojalá que sean nuevas caras y también nuevas cabezas porque los hinchas amarillos están, otra vez citando a Ilegales, “agotados de esperar el fin”.