Un anillo dorado en su dedo anular escolta a Diego Lara en todas sus actividades. Ese aro representa su unión de dos años con Mónica Dávila, su esposa.
El árbitro quiteño no se desprende del metal cuando trota ni cuando se ejercita en el gimnasio, ubicado en la av. Mariscal Sucre y Ajaví, a 10 minutos de su domicilio, en el sur de la ciudad.
Aquella argolla de boda representa una de las situaciones valiosas que le dejó el arbitraje, al que se vinculó hace 12 años, y el que no dejaría a pesar de los insultos que recibe cuando pita un cotejo.
Dibujando una leve sonrisa en su rostro, Lara afirma que su matrimonio fue lo mejor que le heredó la profesión, a la que por ahora le dedica el 90% de su tiempo. El 10% lo utiliza en el desarrollo de su tesis para graduarse en el 2012 de la Facultad de Economía.
El árbitro, de 33 años, que pesa 79 kilos y mide 1,84 m, se graduó en esta área en el 2000. Se inclinó por esa profesión para emular a su padre José Neptalí Lara, quien la ejerció durante 32 años.
Al mundo de los silbatos, tarjetas amarillas y rojas, Diego asistió desde niño, con su hermano José, hoy juez de línea.
Las ganas por pararse en el centro de una cancha y tener la potestad de detener un partido se cultivó detrás de las mallas, en los camerinos, junto a los jugadores.
En esos lugares fue donde Diego conoció a Byron Moreno, Adolfo Quirola, Nelson Ruales, colegas por los que siente admiración.
Lejos de la cancha también vio cómo los aficionados insultaban a su padre. Pero aquello, en lugar de alejarlo del arbitraje, lo unió más. “Quería emular a mi padre”, dice Lara, de tez trigueña.
Los insultos son parte de ese oficio, aunque aún no se acostumbra, argumenta uno de los siete árbitros con carné FIFA, que tiene el país. Después de más de una década de trabajo todavía se sorprende cuando las personas le gritan “ciegoo…”, cuando camina.
Pese a esos malos momentos reconoce que “por suerte aún puedo salir a la calle sin temor a que alguien me golpee”.
Pero así como hay insultos, también hay momentos de satisfacción. Uno de ellos es dirigir partidos importantes y ser reconocido en las calles por los aficionados.
Otra de las cosas que le gusta del mundo del arbitraje es aparecer en las imágenes que proyectan los canales de televisión y que publican los medios impresos.
A Lara le agrada que su esposa y familia valoren su trabajo, por el que recibe USD 370 por partido dirigido; al mes gana USD 1 480.
Su esposa es una especie de asesora. Ella le graba el partido que dirige y después lo analizan juntos. A esa acción, Lara y Dávila le llaman la ‘hora deportiva’. “Manejamos palabras en común”, dice la dama de 27 años. Ella también es árbitro, pero no ejerce la profesión. Se retiró para tratarse el asma, que le surgió cuando era novia del árbitro quiteño.
En esas revisiones, Lara se ha lamentado varias decisiones tomadas en un partido. “Todo pasa en fracciones de segundos”, admite.
Sin embargo, en esas ‘hora deportiva’, el árbitro busca errores para no volver a cometer en otros cotejos. Ella revela que él dice: “¡flaca faltó apretar un poco más!”.
El día a día de Lara es de puro fútbol. Se entrena físicamente en una cancha, por la tarde, y en un gimnasio, por las mañanas, donde paga USD 1,50, la hora. Ese dinero lo descuenta de su salario, con el que también costea el uniforme para entrenarse. Para redondear el sueldo, porque también requiere de una dieta balanceada, trabaja como tesorero en la Asociación de Árbitros de Pichincha. Sus colegas, en cambio, dictan clases de Educación Física.
La preparación
Los árbitros se entrenan durante todo el año al igual que los futbolistas. En Quito, 70 profesionales se ejercitan tres veces a la semana en las canchas de la Universidad Central. El pasado miércoles, por ejemplo, realizaron ejercicios de potencia, bajo la mirada de Leonardo Torres.
Los lunes están destinados a las charlas arbitrales y ejercicios de recreación. La paralización no detuvo los entrenamientos de los jueces en Pichincha ni en las otras provincias. Ellos trabajaron con normalidad.
Diego Lara
Se graduó de árbitro el 19 de abril del 2000, en la Asociación de Pichincha. Entre las materias que recibió constan: Inglés, Legislación y Psicología deportiva.
Nació en Quito. Tiene 33 años y proviene de un familia de árbitros. Su padre es José Neptalí Lara Salazar. Su hermano José es juez de línea.
Sus primeros arbitrajes los realizó en las ligas barriales y parroquiales. En el 2007 estuvo en la Serie B. Allí pitó dos encuentros de la Serie A. En el 2009 fue árbitro FIFA.