‘La noche previa del partido ante Uruguay, algunos jugadores apenas dormimos. Había mucha tensión, porque sabíamos que el rival era complicadísimo tanto en los juegos de local como en los de visitante. Queríamos ganar de cualquier forma y no pensábamos en un empate.
Además, yo estaba lesionado. Y en los entrenamientos de la semana en la Escuela Superior Militar me cuidaba mucho para que la lesión no recrudeciera.
Por eso, hablé con el ‘Bolillo’ (Gómez) y él me dijo que lo mejor que podía hacer era quedarme en la banca de suplentes. Yo quería jugar desde el inicio, pero sabía que estaba mal y acepté la decisión del entrenador como un profesional. La lesión (una distensión de ligamentos) la había sufrido dos semanas antes.
También me sentía tensionado porque sabía que se había buscado la clasificación a un Mundial durante unos 40 años. En mi caso, yo me había esforzado casi 15 años por este objetivo y no lo había conseguido.
A mis compañeros también los notaba algo nerviosos. El ‘Bolillo’ nos miraba y nos preguntaba qué ocurría. Luego, él respondía: están cagados. Después, se ponía a reír. Siempre estaba alegre.
La charla técnica del ‘Bolillo’, en Parcayacu, solo sirvió para quitarnos los nervios. Antes que darnos instrucciones, solo nos recordó detalles tácticos. Nos dijo cómo pararnos en la barrera, en los tiros de esquina y en los saques.
En el bus que nos llevó al estadio Atahualpa, ‘Bolillo’ nos decía que estábamos “cagaditos bacanos”. Algunos jugadores escuchaban salsa. Yo prefería mantenerme sereno y concentrado. Esa era mi forma de afrontar los partidos.
‘Bolillo’ nos pidió que no nos dejaramos llevar por la tribuna. Que debíamos dedicarnos a jugar fútbol y a ganar.
Entramos a la cancha y yo seguía con los nervios. Veía que los goles no llegaban. Incluso, Uruguay anotó de tiro penal y estábamos perdiendo 1-0.
El segundo tiempo empezó. Yo lo miraba a ‘Bolillo’ y le decía que ya era tiempo de que me dejara ingresar a la cancha. Me llamó y me pidió que entregara balones a los delanteros: al Tin (Agustín Delgado) y a Iván (Kaviedes).
Iván y el Tin me comprendían bastante. Sabía cuándo debía entregarles un pase, cuándo ellos arrancarían al área. No necesitaba mirarles a los ojos, para saber por donde avanzarían. A veces, ni levantaba la cabeza y les entregaba los pases.
Cuando ingresé a la cancha, Édison Méndez se cambió al costado izquierdo y yo me ubiqué por la derecha. Le di dos pases de gol a Kaviedes y él falló. Pero yo persistí. Después de unos momentos, el Tin me dio un pase, recibí la pelota, solo vi una camiseta amarilla en el área y lance el pase de gol. Sospeché que era Kaviedes, pero antes del pase nunca llegué a ver a Iván. Había muchas camisetas amarillas y azules.
Después, pude ver a Iván. Yo me arrodillé y me acosté en el pasto a festejar el gol. El resto de muchachos fueron a abrazarlo, pero yo solo pensé que estábamos cerca del Mundial. El estadio Atahualpa era una locura.
Cuando fuimos al camerino, lo único que hice fue llamar a mi esposa y a mis hijos. Les conté la noticia. Ese fue mi festejo.
Luego, me llamaron al control de dopaje. Por eso, me perdí la celebración de los muchachos. Después del partido miré las fotos de ellos dando la vuelta olímpica.
Ellos festejaron bastante y yo no pude hacerlo. Pero igual me sentía satisfecho. La clasificación al Mundial, por primera vez en la historia de Ecuador, me supo a un deber cumplido. Sentí mucha paz interna y estaba tranquilo.
Tras el partido, pedí permiso para viajar a México para integrarme al Necaxa. Los muchachos viajaron a Chile para jugar el último partido de las eliminatorias. Ese cotejo lo jugaron solo para cumplir el calendario y acabó en un empate sin goles.
Cuando llegué a México, me corté el cabello. Lo hice porque había prometido a la Virgen del Quinche, a la de Guadalupe y a la del Cisne que si clasificábamos me cortaría la melena. Esa fue mi forma de agradecer a las vírgenes por la clasificación mundialista.
Al recordar, aún siento muchas emociones. Creo que la Selección puede darnos más alegrías.