Los charrúas fueron al Palacio Dorado

Wladimir López prendió su décimo cigarrillo de la tarde cuando el defensa uruguayo Maximiliano Pereira anotó el segundo gol de la Selección ‘charrúa’. Faltaba apenas un minuto para que terminara el partido contra Holanda.

López, de 59 años, con lentes y pelo canoso, es un uruguayo dueño del restaurante de comida china El Palacio Dorado, ubicado en el centro de Guayaquil, en las calles Chile y Sucre. Se lo compró a su ex esposa de nacionalidad china. Ese es uno de los lugares de encuentro de los ‘charrúas’ residentes en Guayaquil.

Ahí los adornos chinos con tonos rojos y las imágenes de las geishas japonesas contrastan con los globos y las guirnaldas celestes y blancas alusivas a los colores de la bandera uruguaya.

“El cigarrillo me aplaca los nervios”, dice en medio de una espesa bola de humo que lentamente asciende hacia el tumbado del local. Por eso cuando se sienta frente a su televisor pantalla plana de 42 pulgadas, los meseros de su restaurante le acercan inmediatamente un cenicero.

Pero ayer sobre la mesa de cuatro metros que se encontraba frente al televisor había seis ceniceros de vidrio transparente. Eran para de los 10 uruguayos más que siempre lo acompañan cuando juega ‘La Celeste’, como llaman a su Selección por el color de su camiseta. Sobre la mesa había además una bandeja con pollo horneado, el plato favorito de López y sus amigos desde que viven en Ecuador.

López vestía un mandil con el diseño de la bandera uruguaya. Asegura que ha sido su cábala durante el Mundial, pero ayer no le funcionó. Cuando el partido terminó se lo sacó y dijo que no se lo volvería a poner hasta la Copa América del 2011 en Argentina.

El resto de uruguayos vestían la tradicional camiseta celeste. Algunos, como Diego Labandía, que vive hace 10 años en Guayaquil y es compositor musical y escritor, aprovechó el entretiempo para caminar tres cuadras hasta la Bahía y comprarse una.

Cuando empezó la segunda etapa ya la tenía puesta. El partido estaba empatado. El gol de Giovanni van Bronckhorst a los 18 minutos los había dejado en silencio. El de Diego Forlán a los 39 les había devuelto la confianza en su equipo.

Pero estaban en silencio. Solo se escuchaba la voz de los relatores del canal DirecTV Deportes y después de los goles de Wesley Sneijder a los 70 minutos y Arjen Robben a los 73 el silencio fue más notorio.

Pero el sonido del celular de Wladimir irrumpió. Era su hijo que lo llamaba desde España para decirle que en Madrid, un grupo de uruguayos se encontraba apoyando a su Selección. “Qué emoción, pero te llamo después del partido”, le respondió Wladimir a su hijo. Cerró la llamada y prendió otro cigarrillo con las manos temblorosas, pero un minuto después el juez central pitó el final del partido. Wladimir y sus amigos se tomaron las gaseosas que quedabas en sus vasos y besaron las camisetas celestes que llevaban puestas.

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