La Casa Blanca fue, ayer, más blanca que nunca. Aunque solamente unos 1 000 hinchas respondieron a la invitación, de la dirigencia, para ver el partido en la pantalla gigante que posee el estadio.
Llegaron los más fieles. O quienes gustan de ver los partidos en unión de su familiares y amigos. O aquellos que no pudieron viajar hasta el Puerto Principal y tuvieron que conformarse con cantar, aplaudir y hasta sufrir saltando sin parar en los graderíos de la tribuna suroriental.
Ese fue el caso de un centenar de miembros de la Muerte Blanca, quienes tuvieron que conformarse con ver el partido en la gran pantalla de plasma mientras sus cánticos inundaban el escenario con la fuerza de un tsunami.
Como siempre, fueron los más eufóricos. Pero su entusiasmo no contagio al resto de asistentes, quienes miraron el cotejo con más mesura. Sin aspavientos. Pero con muchos nervios, especialmente luego de que Emelec consiguió su primer gol.
Ese fue el caso, por ejemplo, de Mario Balseca, su hijo de idéntico nombre, Gustavo Buitrón, Carlos Hachig y otros 20 panas del alma. La gallada observaba el encuentro matizándolo con mucha sal quiteña y unas copiosas copas que sacaba Hachig, como un mago, de un botellón de agua de Guitig trasmutada en aguardiente.
Con cada ataque millonario esos fanáticos albos ponían el grito en el cielo. Y descargaban su adrenalina en Gustavo Buitrón, un hombre delgado y canoso de 59 años que juraba y rejuraba que fue el fundador de la primera barra brava de Liga, allá por 1950; aunque sus ‘compas’ le contradecían afirmando que en la época de Eloy Alfaro no había equipo de fútbol ni Liga ni barras bravas.
De todas maneras, apenas el árbitro del cotejo decretó la finalización del partido, los amigos se fundieron en un apretado abrazo y lloraban sin ningún disimulo.
Un poco más al centro del graderío, Johanna Granizo también vivió la fiesta alba con intensidad y pasión. Aunque sin moverse.
“Cómo me hubiera gustado saltar del gusto”, decía la dama al tiempo hacía girar con fuerza las llantas de su silla de ruedas.
La parálisis no le impidió asistir a vivar a su amor blanco, al que siempre va a ver desde su casa en Conocoto. Claro, siempre acompañada de su mamá, Carmen; y de su hermano, Juan Pablo.
José Orrola y su hijo Marvin, en cambio, no se guardaron su entusiasmo y saltaron y cantaron como si se acabara el mundo. El manabita asistió a la Casa Blanca con una gorra que tenía la imagen de Héctor Lavoe, mientras su hijo lucía una pintada con la cara del Patón Bauza.
Al final, la euforia rompió todos los recatos. Y los 1 000 fanáticos se enfrascaron en un largo y sentido cántico que duró varios minutos.
Para esos momentos, el clásico estribillo del “Yo te daré /te daré Liga hermosa / te daré una cosa / una cosa que empieza con C… campeón”, ya se coreaba con la unción de un himno nacional. Y se trasladaba hasta la U. Central.
Partido Emelec vs. Liga de Quito (final 2010)