En la Boca del Pozo nunca se dejó de cantar por el cuadro eléctrico

El árbitro Carlos Vera pitó el final del partido. Un silencio sepulcral cubrió como un manto las gradas de todo el estadio Capwell. Pero fue solo por un instante. El cántico “aunque no demos la vuelta, Emelec es una fiesta, la hinchada nunca cesa, nunca cesa de alentar...” fue la música que la Boca del Pozo sacó del corazón para el mal rato.

Con lágrimas en los ojos, Henry Coronel, Milay Chong, Isabel Velarde, Alexandra Calderón, y tantos otros hinchas azules, miembros de la Boca, trataban de sacar fuerzas para alentar a su equipo.

Muchos de ellos estuvieron en el estadio desde la mañana. Otros, incluso amanecieron allí. El estadio Capwell está ubicado sobre la avenida Quito y Gómez Rendón, en centro sur de Guayaquil.

Dominic Dávila y Fernando Romero, otros miembros de la Boca, ingresaron al estadio al mediodía de ayer para instalar las banderas, repartir el papel picado y los rollos que sirven para la barra.

“Vamos vamos millonarios...” Cantaron los azules minutos antes que empiece el partido. La expectativa se sentía, como esas corrientes eléctricas que atraviesan sin lastimar, pero que se sienten.

Algunos hinchas como Gabriel Gómez, quien llegó al estadio desde la 45 y la E, en el suburbio porteño, decía casi como una oración: “no le pido nada a Dios, ni a la vida, si Emelec queda campeón”. No quiero regalo de cumpleaños ni Navidad, oraba con fervor este joven de 23 años.

“La Boca te va a alentar... la Boca te va a alentar” era la canción que la barra entonaba cuando su equipo saltó a la cancha.

Una lluvia de papel picado, nubes de color azul, matizaron la esperanza que a esa hora - 16:00- se instalaba sobre las gradas del viejo estadio Capwell.

Desde ese momento, en que el árbitro dio inicio al partido, todos los grupos que conforman la barra no dejaron de cantar ni un minuto. “Vamos vamos azules... que esta tarde tenemos que ganar...”

Isabel Velarde se trepó sobre una de las barandas de la general. Apenas se sostenía con una tira que estaba atada a otra baranda, más arriba, mientras gritaba.

El Capwell estaba lleno de hinchas azules excepto en el área destinada para los seguidores de la Liga de Quito. En varias ocasiones los duelos entre las barras de los dos equipos fueron intensos. La ola, los saltos y los cantos no paraban de producirse.

El partido en sus primeros minutos tuvo a los hinchas azules saltando, como su un titán golpeara el suelo y los hicieran saltar por los aires por el impacto.

Otras descolgadas de Joao Rojas volvían a encender la esperanza de los hinchas azules. José Palacios, otro fanático, reclamaba con sus gritos al árbitro, y a la falta de entrega de los jugadores.

“¡Corre Ayoví! ¡Peléala!...” repetía constantemente.

Finalmente a los 15minutos del segundo tiempo llegó la esperada emoción del gol. Luego de casi ocho horas de estar en el estadio, la anotación era el bálsamo del cansancio, la sed y el hambre.

“Otro gol, otro gol, bombillo otro gol”, empezaron a gritar entonces. Pero este nunca llegó. Al final, los hinchas lloraron. Pero nunca dejaron de ser emelecistas.

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