Las puertas enrollables del bar Casi un ángel se abrieron exactamente a las 10:30. A esa hora, en las calles del barrio Cuba algunos hinchas de Emelec, vestidos con la tradicional camiseta azul y plomo, caminaban de un lugar a otro esperando el inicio de la final contra el Deportivo Quito.
La canción Yo no soy un ángel, del salsero puertorriqueño Cheo Feliciano, abrió oficialmente la jornada. Ángel Carpio, su propietario, cuenta que iniciar el día de trabajo con ese tema es un ritual desde que inauguró el bar hace cinco años.
La canción, que tiene un tiempo de duración de cinco minutos, no había terminado de sonar cuando empezaron a llegar los primeros hinchas azules. “No saque la música don Ángel, pero prenda el televisor que aquí nos instalamos a ver ganar al ‘Bombillo”, le dijo Miguel Encalada, un estudiante de una universidad cercana que recién salía de clases.
Media hora más tarde, el local estaba lleno. Pero no todos eran hinchas de Emelec. Había algunos barcelonistas que respaldaban al Deportivo Quito.
Uno de ellos era Carlos Carvajal. Él lucía una camiseta concho de vino que había escogido a propósito para respaldar a los chullas. “Primero soy barcelonista y después antiemelecista”, le repetía a un grupo de seguidores azules que optaron por ignorarlo.
El lugar era una mezcla de olor a cerveza, cigarrillo, maní, limón y mortadela. Por momentos, también se filtraba el olor característico de la ría, que se encuentra a menos de 500 metros del lugar.
Ángel, con un día de anticipación, había colocado sillas y mesas plásticas frente a un televisor de pantalla plana de 42 pulgadas. Para promocionar su negocio, había colocado un anuncio sobre una cartulina blanca que decía: “Ven, disfruta la final del Campeonato en Casi un ángel, donde el tiempo no pasa y la cerveza nunca se acaba”.
A Fidel Camacho ese le consta. El día anterior había estado en ese mismo lugar hasta las 02:00 y ayer regresó para sacar el “chuchaqui” y respaldar a Emelec.
Y así lo hizo. No dejó de gritar durante todo el partido. Sentía como si estuviera en el estadio Olímpico Atahualpa y se dirigía a los jugadores como si estos lo estuvieran escuchando. “Muévete más ‘Cholo”. “Dásela a Gaibor”. “Mételo a Méndez”, gritaba mientras se llevaba a la boca un pedazo de mortadela corriente aliñado con ají chino y limón.
Frente al televisor se encontraba Carlos Julio Rivera. Tenía puesta una camiseta de Emelec y de sus espalda colgaba una mochila negra en la que guardaba sus cuadernos. Había salido recién de la universidad y confiaba en que el equipo eléctrico iba a ganar el título.
Pero a medida que empezó a pasar el tiempo y el partido se acercaba al final, sus esperanzas se fueron desvaneciendo. Más aún cuando el delantero argentino Matías Alustiza marcó el gol del triunfo chulla que lo consagró como el nuevo campeón nacional.
Rivera vio a la pantalla, pero después prefirió bajar la cabeza.