Barcelona se proclamó por cuarta vez en su historia campeón de la Liga de Campeones de Europa de fútbol, ayer, tras derrotar al Manchester United por 3-1, en la final de la máxima competición continental, disputada en el estadio londinense de Wembley.
En ese capítulo, Lionel Messi tiró varios disparos al arco, gritó su gol como pocas veces en la vida, pateó un micrófono y voló sobre sus compañeros para celebrar el 3-1 del Barcelona ante el Manchester United.
Messi jugó ayer 90 minutos en estado de felicidad permanente, rió como nunca en Wembley. Quizás porque lo hizo último, y por eso, mejor. Con su gol, clave para que el Barça conquistara su cuarta Liga de Campeones, el argentino cerró una temporada de fábula y le puso el broche a nueve meses que lo agigantaron como jugador.
Las cifras marean. Sus 53 goles en 55 partidos de la temporada 2010/2011 le permitieron alcanzar y situarse a la par de Cristiano Ronaldo, aunque los de la ‘Pulga’ fueron mucho más valiosos, porque sirvieron nada menos que para ganar una Champions League: basta con recordar los dos de la semifinal en el Bernabéu y el de ayer para destrabar la final y abrir el camino del triunfo en Wembley, 19 años después del misil de tiro libre de Koeman para la primera Champions azulgrana en el viejo Wembley.
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Messi sigue haciendo un uso magistral de la gran clave del fútbol: el engaño. Ayer jugó suelto, sin posición definida. Ni abierto a la derecha como en sus inicios, ni de falso nueve. Bajó a armar jugadas, entró por el medio y enloqueció con diagonales desde la derecha hasta el arco.
Esa actuación de Messi y de sus compañeros originó que la alegría estallara en la ciudad de Barcelona, al finalizar el partido contra el Manchester.
Ya con el tercer gol, a cargo de David Villa, comenzaron los primeros festejos, se escucharon los primeros claxons y se repetían las trompetas que no dejaron de sonar durante todo el partido, como por ejemplo, en el popular barrio del Paralelo, donde se vive la noche intensamente.
Barrio principalmente de inmigrantes, la mayoría de bares y restaurantes pusieron pantallas en sus terrazas, abarrotadas de gente con camisetas de Messi, Villa o Xavi, que estallaron en júbilo no bien el árbitro húngaro decretó el final del partido.
“¡Campeones, campeones!”; “¡Barça, Barça!”, fueron los gritos que llenaron de repente las calles de la ciudad, mientras petardos y fuegos artificiales se lanzaban desde los balcones.
La actuación del ecuatoriano Antonio Valencia fue discreta porque se vio absorbido por Eric Abidal, quien le impidió subir por la derecha. Ante eso el tricolor se dedicó a marcar, lo que impidió que desarrollara su juego característico en el Manchester.