Lionel Messi pasará mañana horas al sol en una playa de Ibiza junto a su esposa Antonella y su hijo Thiago. Un muy necesario descanso para el mejor futbolista del mundo, que si 8 760 horas más tarde repitiera el mismo ritual, estaría certificando probablemente un fracaso.
Mañana faltarán solo 8 760 horas, o 365 días, para la final del Mundial de Brasil 2014 en el mítico estadio Maracaná. Ese 13 de julio es la cita clave, el “día D” en la carrera del argentino, que viene maravillando con su fútbol y marcando un récord tras otro en las últimas temporadas.
Messi llegará a principios de junio del año próximo a Brasil aún con 26 años, pero cumplirá 27 en medio del torneo, cuando se vaya cerrando la fase de grupos.
Aunque tiene la posibilidad de disputar Rusia 2018 con 31 años, el Mundial brasileño es único para Messi, es “el” momento de su vida. Diego Maradona ganó México 86 con 26 años, esa edad que marca el inicio de la combinación ideal para un futbolista: joven aún y pleno de fuerzas, pero ya experimentado.
La exacta descripción de la situación actual de Messi, dueño de múltiples Ligas españolas, de tres Copas de Europa, de cuatro Balones de Oro consecutivos, de la admiración de seguidores y colegas.
Pero ya no le es suficiente, porque la carrera de Messi se juzgará en buena parte por lo que haya sido capaz de hacer en los Mundiales. De ahí que Fernando Signorini, el preparador físico de la selección argentina en el Mundial 2010, haya hecho saltar la alarma ante la sucesión de amistosos y compromisos comerciales de la estrella: “Lo que Messi necesita son vacaciones.
Jugando más de 100 partidos con el rigor físico actual, es imposible que Messi pueda estar siempre diez puntos”. Messi necesita estar “diez puntos” entre abril y mayo del año próximo, cuando el Barcelona se juegue el tramo decisivo de la Liga española y de la Liga de Campeones.
No lo estuvo este año, cuando sufrió su primera lesión grave en cinco años y vio desde el banco cómo el Bayern Munich goleaba 3-0 al Barcelona en el Camp Nou para completar un pesadillesco 7-0 global en las semifinales de la Liga de Campeones.
Pero el “10” necesitará además estar en ese nivel, “diez puntos”, entre junio y julio, cuando Argentina dispute ese Mundial en invierno y verano simultáneamente que será el de Brasil, un enorme desafío logístico y de adaptación.
¿Será capaz Messi de preservarse, de no jugar partido tras partido en la Liga española buscando más récords y goles, como fue el caso en la última temporada? Tanto el Barcelona como la selección le exigirán mucho, pero también le pedirán que se preserve, que se cuide, que esté en la cima de su juego y su respuesta física cuando lleguen los momentos importantes.
Pelé, Maradona y Franz Beckenbauer fueron campeones mundiales, cosa que no pueden decir Alfredo Di Stéfano, Johan Cruyff y Michel Platini. Nadie llegaría a la locura de negar la enorme categoría del argentino, el holandés y el francés, pero a los tres las falta algo que el brasileño, el otro argentino y el alemán sí tienen. Dependiendo de lo que sea capaz de hacer en los próximos meses, de si se dosifica o no, Messi llegará a Brasil en mejores o peores condiciones.
Y no estará mal acompañado: sin ser un equipo deslumbrante, la Argentina de Alejandro Sabella tiene un plan, algo de lo que carecía con Maradona en Sudáfrica 2010. Pese a las dudas en la defensa y a la falta de laterales de jeraraquía, disfruta de una potencia de fuego goleadora que envidia cualquier rival. Y al fútbol, se sabe, se gana haciendo más goles que el adversario.
Con una personalidad diametralmente opuesta a la de Maradona, Messi irá sintiendo cada vez más presión en la recta final a Brasil 2014, aunque el hombre del Barcelona tiene una ventaja: si se consagrara campeón, el título tendría una envergadura, una carga histórico-emotiva que multiplicaría por tres su valor.
Aunque se trate de un Maracaná “pasteurizado”, un estadio jibarizado que perdió decenas de miles de espectadores y sobre todo su identidad, lo cierto es que la final del Mundial se jugará en el escenario del “Maracanazo” de Uruguay en 1950.
Sesenta y cuatro años después, la selección de Luiz Felipe Scolari querrá cerrar un trauma histórico en el mismo escenario de aquel golpe. Pero si Brasil no lo lograra, si tampoco lo hicieran España, Alemania, Italia o algún otro grande, si los anfitriones del Mundial se vieran resignados a que su vecino y archirrival ganara la copa sobre ese mismo césped conquistado por los “charrúas”, el “Maracanazo” tendría que ceder lugar a algo mucho mayor, a un mito que marcaría la relación de Brasil y Argentina por décadas y décadas. A 8.760 horas de esa final, mucho depende de ese hombre que descansa en Ibiza.