Ángela Rodríguez en su asadero de pollos, en el norte de Esmeraldas. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO
La puerta de ingreso al estadio Folke Anderson de Esmeraldas está adornada con siluetas de jugadores pateando el balón. “Uno de esos negros que están en esa pared es mi papá Ángel María Rodríguez”, dice la esmeraldeña Ángela Rodríguez.
La mujer recuerda con aprecio a su progenitor. Dice que fue un goleador destacado del equipo Astral. Expresa también que dos de sus cinco hijos (Pedro Quiñónez y Dicson Ayoví) heredaron los ‘genes’ futboleros del abuelo.
Pedro y Dicson se dedicaron al balompié desde niños. Pero el primero llegó más lejos. Juega en el bicampeón Emelec y es seleccionado.
Hoy, Pedro forma parte del equipo tricolor que se mide a Venezuela en Puerto Ordaz (16:00), por las eliminatorias al Mundial de Rusia 2018.
‘Pedrito’, como le dice de cariño su madre, golpeaba el vientre de la mujer hace 29 años. Entonces, ella sospechó que su hijo seguiría los pasos del abuelo. Cuando era niño ‘acababa’ con los calcetines por sus partidos jugados en las calles de tierra de Barrio Lindo, ubicado en el occidente de la capital esmeraldeña.
La mujer no tenía dinero para comprarle un balón. Entonces, el pequeño armaba pelotas con fundas de plástico y se iba a jugar a las calles.
En Barrio Lindo jugaba con sus primos Andrés y David Caicedo y con otros niños. Era hábil con el balón en sus pies, pero más pequeño que sus adversarios. Por eso, sufría faltas, caía y le salían ‘chibolos’ en la cabeza. “Hasta ahora tiene esos chibolos”, dice su primo Andrés en medio de sonoras carcajadas.
El padre de Quiñónez murió cuando él era niño. Entonces, su madre se llevó a sus hijos a Machala con el propósito de buscar ingresos para mantener a su familia. El sacrificio de su madre por la falta de recursos marcó al seleccionado quien suele recordar esos momentos.
Por eso, cuando tenía 16 años –2001- viajó a Quito con el desafío de convertirse en futbolista en El Nacional. Después partió a México para enrolarse al Santos. Entonces, pudo cumplir la promesa que le había hecho a su mamá de construirle una casa. “Le dije que si me iba a construir una vivienda sea en mi tierra, Esmeraldas”.
Así fue. Ahora, la mujer ya no vive en Barrio Lindo. Reside en el barrio Manuel de Mera donde construyó la vivienda. Allá suele visitarla su hijo en vacaciones en diciembre. En esas épocas, el seleccionado, su esposa Vanessa Cedeño y sus hijos, también acuden a la playa de Atacames, donde el jugador tiene una vivienda.
Ahí, ambos suelen organizan agasajos para los niños de barrios esmeraldeños. También, asisten al Asilo de Ancianos y a la casa hogar Nuestra Señora de Loreto. A esos lugares llevan víveres y aparatos electrónicos.
Pedro Quiñónez se entrenó el domingo pasado en la Casa de la Selección antes del viaje a Venezuela. Foto: Archivo
A Quiñónez no le gusta difundir estos actos. Pero su madre dice que es necesario que la gente los conozca porque es una forma de retribuir a la sociedad.
En Barrio Lindo, los primos de Pedro esperan con ansias diciembre. Quieren que él organice el agasajo y juegue en la cancha donde era conocido como ‘Chibolito’.