Imagen de archivo del 2006 de Ángel Loor Zambrano Rey de las cascaritas. EL COMERCIO
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Viajó por tierra 7 000 kilómetros, aguantó más frío que hambre y aún no tiene una entrada para ver a la Selección de Ecuador.
Manuel Loor encarna a los 59 años la pasión extrema del hincha a días de iniciarse el Mundial de Brasil. Consumado malabarista del balón, Loor llegó esta semana a Viamão, ciudad del estado de Rio Grande do Sul, en el sur de Brasil, donde se concentrará la Selección ecuatoriana a partir del lunes antes de enfrentar a Suiza, Honduras y Francia por el Grupo E.
Fue una travesía de dos meses por carreteras de Perú, Bolivia y Paraguay. Los USD 200 con los que salió de su país se esfumaron rápido y para completar el viaje debió hacer ‘autoestop’.
“Llegué con el sudor del balón”, afirma este hombre de baja estatura y figura menuda, parafraseando el famoso dicho de los futbolistas sudamericanos de “sudar la camiseta”.
Desde que fue descartado como volante profesional por una lesión en la pierna izquierda, en los años 70, Loor se dedicó a una sola actividad: dominar la pelota hasta convertir su práctica en una atracción callejera.
Hoy, después de dolorosos ensayos que le dejaron varias heridas, su espectáculo incluye una piedra de cinco kilos con forma de balón que eleva con los pies hasta dejarla caer mansamente sobre la nuca.
Y como telón de fondo: una camiseta de la Selección ecuatoriana, de 2 metros de largo por 1 y medio de ancho, con la que de vez en cuando también se cubre.
El llamado ‘Rey de la Cascarita’, como se denomina popularmente al juego de malabares con el balón, Loor se presenta ante todo como un hincha enamorado.
“ He sufrido, llorado y disfrutado con la Selección. Me he sacrificado. Aguanté hambre, pero tuve más complicaciones por el frío en Bolivia y Paraguay”, afirma Loor, sentado a la entrada de una hacienda ecológica de la población de Viamão, donde se hospeda gratis tras conmover con su espectáculo.
Sin embargo, Loor no tiene todavía asegurada una recompensa. “ Mi sueño más grande como ecuatoriano es alentar a mi Selección, pero no tengo entradas para el estadio.
Es mi primer Mundial. Ojalá el público o los jugadores me ayuden”, dice esperanzado. Otras veces ha conseguido que los directivos o jugadores ecuatorianos le den una mano.
“A pesar de que no fui convocado, me siento parte de la Selección”, señala sin torcer el gesto. Loor siempre se toma su papel en serio.
Ciudad en apuros
En Viamão, un Municipio de unos 250 000 habitantes de vocación agrícola y ganadera, Loor se encontró con unos brasileños dispuestos a ser más que meros anfitriones de la Tri.
Tras el sorteo mundialista, que se celebró en diciembre pasado, la Selección ecuatoriana eligió como base de concentración un hotel campestre (Vila Ventura) en las afueras de este Municipio, próximo a Porto Alegre, una de las 12 sedes programadas para este campeonato mundial.
“¡Es maravilloso que nos hayan escogido! ” , dice orgulloso Scott Ortiz, funcionario de la Prefectura (alcaldía) de Viamão, mientras coordina los detalles para la instalación de una pantalla gigante en la plaza principal de la ciudad.
Los funcionarios recibieron clases de español y de cultura ecuatoriana, y vallas alusivas a los huéspedes fueron levantadas en varias partes.
Debía ser una recepción perfecta salvo por un detalle: en los carteles aparece un jugador que no es ecuatoriano vistiendo un uniforme que no es el de la Tri.
“¿Habría que cambiarlo, no?”, reclama sonriente Ortiz.
Sin embargo, otros funcionarios justifican “ese detalle” ante el costo de los derechos para el uso de la imagen de la Selección.
“ ¡Claro que hubiera quedado más bonito!, pero igual los ecuatorianos van a sentirse en casa”, señala Vanja Macedo, coordinadora de los actos de recibimiento.