El derrumbe del imperio chiriboguiano está repleto de ironías y paradojas. La primera es que la caída del ingeniero es paralela a la de su equipo de origen, un hecho que puede ser el colmo de las casualidades pero también un enorme símbolo del desmoronamiento de un estilo y de una época.
Es que eso estamos presenciando: nada menos que el fin de una poderosa era que en su desaparición parece querer llevarse consigo hasta sus huesos.La segunda paradoja es que el imperio, cuyo caudillo ganó cinco elecciones y se convirtió en el dirigente con más años en la entidad, llega a su fin el mismo día en que la Asamblea nacional aprueba la reelección indefinida.
Un contrasentido que quizás nos pinta de cuerpo entero como país. La tercera ironía es que en este desplome se manejan cifras de millones de dólares, que son una ofensa para un fútbol que prácticamente ha obligado a muchos de sus actores a pedir limosna con un sombrero en las calles.
La cuarta es que el imperio se hunde no por acción de los rebeldes sino por una intervención externa, lo que da cuenta de su enorme poderío local. Y cuando por fin el caudillo está anulado, en lugar de llamar a un congreso extraordinario para cambiarlo todo, los paquidérmicos rebeldes se ponen a tuitear.
En fin, el imperio ha caído. Se verá qué hacen con sus restos los herederos.