El viernes 4 de diciembre fue un día triste para el fútbol. La vorágine de hechos desarrollados en dependencias policiales y de justicia marcaron escenarios vergonzosos para la imagen de la dirigencia del fútbol nacional.
Al margen de los resultados de las investigaciones con tres directivos y funcionarios de la Ecuafútbol, es el momento de una renovación en todos los niveles del ente rector del balompié local.
Un sistema de administración colapsado, clubes con crisis cercanas a la quiebra total y una imagen totalmente deteriorada de la Ecuafútbol son argumentos que obligan a una oxigenación absoluta.
Los dirigentes de los clubes tienen la obligación, a través de recursos reglamentarios, de cambiar los cuadros directivos, las comisiones de funcionamiento y el personal en general.
Al parecer, quienes se encuentran actualmente al frente de la Federación no dimensionan las proporciones lamentables del escándalo y sus consecuencias inmediatas. En lugar de buscar soluciones inmediatas y ejercer medidas radicales, se “suspenden por 90 días” a los involucrados. Es decir dejar las cosas tal como estaban al principio.
La dirigencia de los clubes deberá actuar con prontitud. Una misión complicada porque la mayoría de los dirigentes mantiene esquemas de un sistema que se ha impuesto en el fútbol desde hace décadas.