Luis Zubeldía está derribando su propia obra. Es como ver a Picasso lanzar espray sobre la Guernica. La eficiente muralla que el mismo Zubeldía construyó en la primera fase, ladrillo a ladrillo, fecha a fecha, pelota recuperada a pelota recuperada, siempre con la paciencia aconsejada por Francisco de Quevedo (“es la virtud vencedora”), se cae a pedazos en esta segunda parte.
Zubeldía ha vuelto a mostrar impaciencia
(“el vicio del demonio”), a lanzar frases provocadoras (no sentó bien que se riera del superclásico), en festejar los goles dentro del campo de juego como si fuera pasabolas, en ensayar variantes que entorpecen su maquinaria en lugar de aceitarla (¿Castillo debía entrar?, ¿mandar a José Cevallos por un costado?). A Liga le ganan los que van en la cola, el Aucas le pinta la cara dos veces y se ha perdido la seguridad en el fondo, gran arma de la ‘U’, durante el año.
Lo peor es que, en este clímax de mal humor, se anuncia que Zubeldía se marcha, que su proceso no seguirá en el 2016, que prefiere México que dirigir en la Copa Libertadores,
lo cual ha crispado el ambiente en su contra por parte de la afición, que ya estaba resentida.
Quizás ya no importa mucho qué pasará en la segunda fase. Zubeldía se jugará su prestigio en las dos finales. Si gana la corona, se irá levantado en hombros y entrará a la vitrina de los históricos de la ‘U’. Si pierde, no se lo perdonarán nunca.