El joven diestro mexicano Arturo Saldívar, en tarde de consagración, cortó cuatro orejas y un rabo en la corrida inaugural de la temporada 2011-2012 en la Monumental Plaza México.
En festejó confirmó la alternativa su compatriota Diego Silveti que dejó un grato sabor de boca y el ídolo valenciano Enrique Ponce, que cortó una oreja y dio vuelta al ruedo en el adiós de su subalterno Antonio Tejero.
Con gran ambiente y una entrada de unas 35 mil personas, se lidiaron nueve toros de San Isidro, de diverso comportamiento y presencia. El segundo protestado por su poco trapío, al igual que sustituto. Hubo dos de regalo que se dejaron y al que saltó en noveno lugar fue premiado con arrastre lento.
Silveti, que confirmó la alternativa, miembro de la dinastía más larga en la torería mexicana, cayó de pie. Tiene carisma, figura, valor, buena clase. En el toro de la confirmación, primero de la tarde, dejó paisajes de muchísima calidad. Pinchó dos veces, estocada y descabello, para ser ovacionado.
Con el sexto, un toro brusco, sin estilo ni opciones, se mostró firme y torero, también pinchó dos veces. Trato de regalar un toro, pero no había ningún otro astado reseñado.
Ponce, un consentido del público, en el sustituto del segundo protestado, anduvo fácil sin tomársele nada en cuenta. Silencio. Con el cuarto, muy bien con el capote y una faena con el ritmo del valenciano, sobre todo en su primera etapa, Mató de media estocada y recibió una oreja.
No conforme regaló un séptimo y volvió a realizar una faena que alargó en su afán de darle gustó al público, mató de pinchazo y estocada, nutrida petición de oreja no concedida y vuelta al ruedo con Antonio Tejero, su peón al que brindó la muerte del toro. Un adiós sin duda emotivo.
Saldívar, estuvo cumbre, realizó tres diversas faenas que convencieron a la clientela por completo. Al tercero, manso, áspero y no fácil, no metió a la muleta y pudo haberle cortado las orejas, pero pinchó.
Al quinto que tampoco prometía ayudar mucho, también lo entendió a las mil maravillas hasta cuajarlo y matarlo de estocada para dos orejas. Regaló el octavo, el mejor del encierro y a este lo bordó. Trasteo muy bien estructurado, con ritmo, con clase y sentimiento. Hubo tandas que enloquecieron al público y como colofón otra gran estocada. Dos orejas y el rabo, el ciento veinticinco otorgado en esta plaza y salió a hombros sin dejar ninguna duda del magnífico momento en que se encuentra y del mérito de sus triunfo en España.