Seamos sinceros: nunca antes un Mundial nos importó menos que este de Sudáfrica 2010.
Hay una apatía mezclada con nostalgia porque Ecuador, tras dos citas seguidas, ya no está.
Ahora nos toca hacer lo que acostumbraban los abuelos: apoyar a Brasil, hacer barra por Argentina, especular con Uruguay, llorar por el México lindo y querido, ir por otros. Cantar goles ajenos. Lamentar derrotas que no nos duelen de verdad. El Mundial se convirtió en una fiesta de la cual los ecuatorianos no probaremos ni los tostitos. El Mundial ahora nos vale gato.
Lo más triste es que este torneo sorprende a la Selección de Ecuador en una aguda crisis de identidad que se refleja en su liderazgo: por un lado, se afirma que el técnico “de verdad” será contratado en el 2011; por otro, se programan, con supuesta seriedad, cotejos amistosos a lo largo del 2010 para seguir dando vida a un proceso que, lo prueba la realidad, no existe.
Si el DT de verdad llegará en enero, pues lo lógico sería que la Tricolor se abstuviera de jugar hasta entonces.
Pero la lógica no es precisamente la cualidad más destacada de la dirigencia, por cuyas malas decisiones los hinchas del país contemplan un Mundial que, sin la Tricolor, nos será ajeno.