El estadio Maracaná en Río de Janeiro. Foto: AFP
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El estadio Maracaná parece la Torre de Babel. Allí por estas horas confluyen hinchas del mundo a 48 horas de la final del Mundial. Hay alemanes, hay colombianos, ecuatorianos, uruguayos y muchos argentinos que se pasean orgullosos con sus camisetas en la tierra de su histórico rival: Brasil.
Carlos Ledesma es rosarino y llegó al escenario con la ilusión de conseguir una entrada. Si bien la reventa es considerada ilegal en este país, estas transacciones existen y se dan cerca del mismo escenario según su testimonio. Los boletos se ofertan en hasta USD 1000.
Sin embargo, la Policía ha advertido en los últimos días que, quien sea encontrado ofreciendo boletos será detenido. Las medidas de seguridad en el escenario son extremas y está previsto que, durante la final, la gente que no tiene entradas no pueda llegar ni siquiera a cinco cuadras a la redonda del escenario.
En el estadio, que vio coronarse a Liga de Quito ante Fluminense en dos ocasiones y en dos copas, están suspendidas todas las actividades que no tengan que ver con el Mundial. El museo, tradicional punto de atracción, está cerrado hasta el 20 de julio, luego de la Copa.
Para el juego del domingo, según cuentan los voluntarios que apoyan en la seguridad, una de las principales preocupaciones tiene que ver con la masiva presencia de hinchas argentinos. Habrá cero tolerancia a los desmanes, según un miembro de la Policía que permanece junto a su patrullero en la entrada principal del escenario de la final del Mundial.
Las principales cadenas de televisión brasileñas y del mundo como Sport y Espn ya tienen colocadas en el interior del escenario sus equipos móviles. Nadie que no tenga credencial puede acceder al interior del recinto deportivo.