Parece que el conformismo se apoderó en la Tricolor. Hay silencio, no autocrítica; aún no hay un balance de parte de Reinaldo Rueda, tampoco de sus directivos ni de su capitán.
La eliminación debería ser el iceberg para revisar procedimientos en todas las escalas, desde dirigenciales, selección de jugadores, técnicas y tácticas, manejos de grupos… un sinfín que encaja en la estructura del fútbol del país.
Es usual que antes de un Mundial, técnico y directivos, pidan apoyo y respaldo a la nómina, pero después de la competencia, se aíslan, sin dar explicaciones. Ellos están obligados a rendir cuentas, transparentar esas variaciones de juego del equipo; malas campañas de los llamados líderes (Jefferson Montero, Antonio Valencia y Felipe Caicedo); también las supuestas huidas de jugadores de las concentraciones en Brasil y durante la eliminatoria.
Pero sobre todo ser autocríticos y no arrogantes, ni vanagloriarse que volvimos a ir a otro Mundial, con un cuerpo técnico que hizo una renovación en menos de cuatro años.
Esos argumentos sirven, pero no sostienen las aspiraciones de un país. Es vital que ese conformismo se transforme en un pliego de aspiraciones de ser más rigurosos con nuestro campeonato -profesional y juveniles- para después transcender.
Después proponerse pasar distintas fases de una Copa Mundo y de otros torneos continentales (Copa América). Hoy en día ya no sirve el ir y solo participar. Por eso es necesario que haya la autocrítica de los errores que tuvo la Selección.