¿Usted se convirtió en un padre para los seleccionados?
Sí, uno en determinado momento lo hace. Yo quiero lo mejor para ellos. Media hora de pie luego de un entrenamiento exigente y el jugador lo hace por nobleza, porque son generosos. Yo les pido que descansen bien, que atiendan bien a su gente, que se den ese estatus que se merecen por su esfuerzo.
Francisco Maturana, Hernán Darío Gómez, Luis Fernando Suárez… todos en su momento, por sus caracteres, aparecían mediáticamente por encima de los seleccionados. ¿Cómo logró usted mantener un perfil bajo, aparecer al mismo nivel de ellos para no generar posiciones incómodas en el grupo?
Tengo un principio: el liderazgo me lo tengo que ganar por respeto, no por imposición ni autoridad. Hay que saber mandar, pedir, sugerir, recomendar. En ese sentido, prefiero que el jugador me tenga afecto y consideración, no temor ni rencor. Ustedes vieron, por ejemplo, que cuando jugamos con Colombia en Quito, casi todo el plantel vino a saludarme. Igual pasó con Honduras en Guayaquil en un amistoso. Es decir, prefiero dejar huellas en ellos como humano, aparte de los conceptos futbolísticos. Cada técnico tiene su dogma y el mío es lograr que la Selección sea un verdadero colectivo. En mi casa tengo un lindo recuerdo de un Mundial Sub 20 con Colombia, que quedó tercero en el Mundial de Emiratos Árabes, que dice “Colombia es el mejor colectivo del mundo”. Ese fue el mejor premio que recibí a escala mundial. Uno jugaba para todos y todos jugaban para uno. Eso es lo que más me llena. Siempre me gustó trabajar en el pase, el pase, el pase… Los adultos a veces tienen esas deficiencias, por lo que toca repetir y repetir. Desde que llegué, ese trabajo siempre se ha repetido. También creamos y explotamos el espacios libres. Ustedes ven que Paredes y Saritama lo hacen perfecto. Christian Noboa a veces lo hace, Geovanny Nazareno lo aprendió a hacer.
Y para evitar que se excedan, ¿cómo pone mano dura sin perder ese respeto?
Hay momentos y momentos. Se manejan casos individuales. A veces me altero demasiado y choco a todo el grupo. Los he tenido (se ríe).
¿Cómo llegó a acuerdos con jugadores que saben que son de élite, que quizás creen que lo conocen todo? La palabra seleccionado dice que es experimentado…
Mi experiencia me indica que la Selección no es para formar a nadie. A veces puedo parecer un técnico escuelero, porque he tenido casos de jugadores de cierta edad que tuve que corregir errores de fundamentos, gestos técnicos, hábitos. Y se han corregido ya en su madurez. Entonces, el jugador que crea que ya lo ha aprendido todo y que no tiene nada que mejorar, es una pena porque no es así. Para eso están los entrenamientos, que no debería ser. Ese es el trabajo de las categorías menores, de la Sub 12 hasta la Sub 18.
Y eso seguro le quita tiempo que pudo aprovechar en otro tipo de trabajo, quizás táctico, de movimientos, etc…
Podríamos hacer colectivos, repasar estrategias, repasar movimientos, tiros con balón detenido…
Pero ha logrado conjugar todo ese trabajo en poco tiempo. Colectivamente funciona dentro de su propósito…
Efectivamente, dentro de la colectividad que buscamos sí. Cada día tenemos que trabajar en eso. Ojo, hay partidos complicados en los que las individualidades resuelven, pero con soporte colectivo hay mayores opciones.
Por ejemplo, ¿ese pase de Christian Noboa a Jefferson Montero en el segundo gol fue parte de ese trabajo?
Ese es un trabajo que se hace, de cargar por un sector y descargar por el otro, de distraer por un lado y atacar por el otro. Muchas veces nosotros mismos nos eliminamos, porque todo el mundo sabe cómo juega Antonio Valencia, lo tienen referenciado. Los paraguayos lo tomaron entre dos en la marca. Y si somos ‘giles’ (tontos) y solo nos apoyamos en él, el rival nos va a controlar más fácil. Pero si tenemos otra alternativa como Jefferson Montero, que no posee el mismo perfume ni es tan referenciado como Valencia, generamos sorpresa. A partir de ahora ya saben que es otra alternativa. Ahora tenemos que buscar otro elemento de sorpresa por el medio para hacer daño. Ahí justifico el ingreso de Pedro Quiñónez, que tiene el remate que Luis Saritama no tiene. Imaginé un partido cerrado con Paraguay, entonces pensé que Quiñónez nos podría ayudar con sus tiros de media distancia. Y sabe cambiar de orientación, además que mete pierna fuerte ante los paraguayos que están acostumbrados a ese juego, de luchar, del cuerpo a cuerpo.
En este proceso varios jugadores no pudieron participar por lesiones y suspensiones y se los supo reemplazar. ¿En el país hay unos 50 jugadores preseleccionables, que fue lo que usted probó antes?
Sí, más o menos es lo que hemos utilizado. Normalmente han venido unos 30 con continuidad en las convocatorias. De ellos, unos 12 ó 13 siguen vigentes desde la primera convocatoria.
Cuando dijo que escogió al golero Alexander Domínguez sobre Máximo Banguera para que atajara ante Paraguay, explicó sus razones técnicas sobre la decisión. Pero al final, también dijo que se encomendaba a la Virgen. ¿En el fútbol se puede dejar algo al azar, a la ayuda divina?
Siempre hay que argumentar con hechos verídicos. Banguera y Domínguez andan en buen nivel. Ambos me daban garantía, pero a Máximo, que está más fibroso porque se limpió de grasa, ya lo vieron tapar en Paraguay, más o menos sabían cómo se movía. Alexander, en cambio, es bastante espigado y me servía para cortar ese juego aéreo que caracteriza a los paraguayos, además de que domina muy bien la velocidad y la distancia del balón en la altitud porque vive en Quito. Claro que nos encomendamos a Dios por haber tomado la mejor decisión, pero siempre se toman las medidas en base a los estudios técnicos, a detalles que se evalúan. En el fútbol hay que evitar dejar cosas al azar.
¿Estos días de concentración fueron estresantes?
Bastante, porque tuvimos 12 días para un partido. Normalmente son cuatro. Ahí metimos la idea de jugar con El Salvador, para hacer un simulacro de que eran dos juegos, con todo el rigor. Les recordé a los jugadores en la charla antes del cotejo que El Salvador fue a dos mundiales, igual que nosotros. No podíamos menospreciarlos. Les pedí la misma exigencia para que tomen valor. Lamentablemente, aquí si no se trae un rival de renombre no sirve. No saben que era necesario ese partido para quitar tensiones en los seleccionados y aprovechar el tiempo de concentración al máximo en esos 12 días.
Sinceramente, ¿cuando llegó a Ecuador vino convencido en que se clasificaría al Mundial o vino a ofrecer su mejor trabajo y buscar ese anhelo?
Tenía una gran ilusión porque tuve referencias de Ecuador. Vi partidos desde el 2006. A muchos jugadores los enfrenté cuando eran juveniles. Sí me dije, nos metemos en el Mundial porque nos metemos.
LAS FRASES
“La Selección no es para formar a nadie. Me ha tocado corregir a jugadores maduros, un trabajo que debe ser de las categorías menores, desde la Sub 12”.
“Tengo un principio: el liderazgo me lo tengo que ganar por respeto. Prefiero que el jugador me tenga afecto y consideración, no temor ni rencor”.