La Tricolor femenina y el masoquismo

Qué bueno que se acabó la participación de Ecuador en el fútbol femenino panamericano. ¡Qué alivio! Por fin se puso punto final a ese acto de auténtico masoquismo deportivo de contemplar a las tricolores ser trituradas por las rivales de turno.

Después de un vergonzoso Mundial y de una terrorífica secuela panamericana, es tiempo de dejar de lado las frases autocomplacientes que esta aventura ha generado (“es que son las pioneras”, “clasificarse ya fue un logro”, “pobrecitas que nadie las apoya”…) y proceder a la profunda reflexión. Y la primera debe consistir en una sincera definición: ¿realmente nos importa el futuro del fútbol femenino, sobre todo cuando el presente es tan devastador?

Si la respuesta es afirmativa, pues lo urgente es copiar el buen ejemplo de Colombia, cuyos cambios en las divisiones menores son su receta para que las cafeteras estén en la élite de Sudamérica. Podría contratarse a Ricardo Pozo, el primer entrenador colombiano realmente exitoso con las mujeres, y pedir su asesoría.

Atado a aquello debe estar la profesionalización del Campeonato local, pero el panorama luce difícil ya que los recursos corren por cuenta del Estado, mientras los ‘creativos’ dirigentes fracasan en la búsqueda de patrocinadores (¡se enfocaron, machistamente, en productos de higiene femenina!).

Otro paso es promover la exportación de jugadoras hacia Europa o EE.UU. Ni a las brasileñas les sirve su pésimo torneo local, pues la vanguardia de la especialidad está fuera de Sudamérica.
Solo con un cuerpo técnico realmente especializado en fútbol femenino, con un proceso en divisiones menores y con futbolistas en el exterior podremos conseguir una Tricolor femenina profesional. Caso contrario, seguirá este masoquismo de verlas perder.

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