Carlos Palacios (der) celebra al final de la Vuelta a la República. Foto: Cortesía Federación Ecuatoriana de Automovilismo
Lideró la Vuelta desde la primera etapa ¿Esa era la estrategia?
Siempre quisimos hacer una carrera de menos a más, tratando de ubicarnos entre los tres primeros. Pero desde la primera etapa tomamos el liderato y mi hermano Sebastián fue segundo. Eso nos ayudó a tomar confianza. En la segunda y tercera etapas tratamos de sacar la mayor ventaja posible a nuestros rivales y lo logramos. En la cuarta mantuvimos la distancia, y en la quinta, vivimos muchas emociones porque llegamos a nuestra tierra Ambato y sabíamos que allí nos iban a recibir nuestros amigos y familias, y así ocurrió.
¿Durante las cinco etapas su hermano lo escoltó en la clasificación general. Fue una competencia contra él o trabajaron en equipo?
El año pasado formamos un equipo no para competir el uno con el otro sino para cuidarnos entre nosotros. Con Sebastián nos gusta disfrutar las competencias, él es un excelente piloto. Si yo iba segundo, me habría tocado cuidarle, pero se me dieron las cosas, y la Vuelta la ganó el equipo no solo nosotros.
¿Qué grado de compenetración existe con su navegante, Augusto Larrea?
Su trabajo es increíble en la lectura de la hoja de ruta, le tengo mucha confianza. También fue importante el aporte del resto del equipo, me acompañaron mi hermano Juan Pablo y mi cuñado Carlos Larrea para los trabajos de logística. Los mecánicos trabajaron todas las noches y dejaron siempre en óptimas condiciones el auto para siempre estar primeros.
¿Cómo se comportó su Mitsubishi Evolution IX?
Muy bien, no molestó para nada, ni siquiera tuvimos una llanta baja. Este es el segundo año de competencia, prácticamente lo fabricamos en los talleres de nuestro equipo en Ambato. En la parte mecánica, el responsable fue Hugo Toapanta, a él le confío cien por ciento el auto. Lo comenzamos a preparar hace dos meses para la Vuelta y gracias a Dios todo funcionó muy bien.
¿Cómo fue ese ingreso a Ambato con el título de campeón?
El sueño que tenía desde niño era entrar a Ambato en un prime de velocidad por Guapán. Cuando éramos adolescentes y aprendimos a conducir con mi hermano, nos robábamos el carro de mi papi y nos íbamos para allá a correr rally. Además, era la última etapa, y mientras conducía en la memoria aparecieron recuerdos de todo lo que habíamos vivido.
¿Cómo manejó esas emociones?
Con mucha cabeza fría porque las emociones pueden traicionar. Las carreras se ganan con la cabeza no solo con el acelerador. Manejamos esas emociones en la pista de dobles, que fue el último prime. Traté de disfrutar como lo hizo toda la gente en Ambato. Creo que fue una buena decisión incluir esta prueba en la Vuelta, fue novedosa para el público. Sería magnífico que Ambato cuente con una pista permanente y no ocasional como la que se instaló para la culminación del rally.
¿Con el título de la Vuelta, la dinastía Larrea se mantiene en el automovilismo?
Me crié entre cascos y piezas de vehículos. Mi abuelo fue Luis ‘Loco’ Larrea, fue mi ídolo y fue quien me metió ese gusanito para convertirme en piloto de rallies. Mi papá, Carlos Palacios, también fue piloto y participó en varias competencias. Él nos dejó el legado de permanecer siempre unidos con mi hermano. Además, nos dijo que si escogemos practicar el automovilismo teníamos que hacerlo con convicción para ser los mejores. Por eso, en su homenaje colocamos la leyenda “Va por ti pa” en los dos autos.
¿Cómo tomó la familia esta victoria?
Con mucha alegría, el título de la Vuelta regresa a la familia a los 60 años. Mi abuelo ganó la primera Vuelta en 1955. He cumplido un sueño de hace muchos años, el que todos los pilotos nos imponemos desde que escogimos este deporte. Gracias a Dios pude festejar con mi familia, mi esposa María Elena, y mis hijos Francisco, Luis Miguel y Joaquín. El mayor, Mateo llegó de Chile solo a ver mi ingreso a Ambato, eso me llenó de mucha alegría.
¿Cómo es la relación con su hermano Sebastián fuera de los rallies?
Muy buena. Yo soy el mayor, le llevo dos años, pero hemos sido muy unidos. Aprendimos a manejar autos y motos. Compartíamos las vivencias del colegio. Siempre nos hemos llevado bien.