A juzgar por los resultados de las cuatro primeras carreras de la temporada 2012, la FIA finalmente logró su objetivo de reducir las brechas abismales entre equipos mediante los cambios a los reglamentos técnico y deportivo.
Eso sí, por ahora los efectos son mucho más notorios en los equipos considerados grandes, que son los que se han adjudicado las victorias (McLaren en Australia, Ferrari en Malasia, Mercedes en China y Red Bull en Bahréin).
Con su segundo y tercer puestos del domingo, Lotus demostró que también tiene condiciones para ganar carreras, y es muy probable que lo haga una vez que inicie el ciclo europeo del campeonato.
Esto es bueno para el campeonato, porque la alternabilidad de triunfos es una consecuencia de las reñidas luchas de principio a fin que nos estamos acostumbrando a presenciar en cada gran premio.
A pocas vueltas del final, Sergio Pérez amenazó el liderato de Fernando Alonso en Sepang; Jenson Button hizo lo propio con Nico Rosberg en Shanghái y Kimi Raikkonen estuvo en condiciones de adelantar a Sebastian Vettel sobre el asfalto del circuito de Sakhir.
Así, la existencia de un amplio dominador (sea quien fuere) que logra una ventaja tan abrumadora en la punta que al cabo de unas cuantas vueltas ya no tiene que preocuparse porque otro piloto lo siga de cerca, parece haberse terminado.
Si bien Vettel volvió a ganar, es el nuevo líder y puso a Red Bull a encabezar la clasificación de escuderías, no hay razones para suponer que la tendencia del 2011 se repita.
Mientras unas reglas de juego claras y que eviten interpretaciones antojadizas promuevan un cierto equilibrio de fuerzas en la máxima categoría, las victorias seguirán repartiéndose entre quienes hagan mejor las cosas en el transcurso del fin de semana.
Y si volviera a coronarse Vettel, su consagración no podrá ser atribuida a escapes soplados, difusores dobles y demás artilugios ajenos a su talento natural.