Aunque en muchas poblaciones de la Costa es una práctica habitual, en Quito casi no se ven mujeres conduciendo motocicletas por las calles y menos cuando se trata de modelos con cambios manuales o de mediana y alta cilindradas.
No obstante, al parecer esa realidad está cambiando. En las últimas semanas me han llamado la atención las largas cabelleras que he visto salir por debajo de los cascos, para darme cuenta de que muchas mujeres han pasado de ser pasajeras a conductoras de ese tipo de vehículos.
Las explicaciones de este novedoso fenómeno local pueden ser muchas, pero todas tienen el denominador común de que, como en prácticamente cualquier otra actividad, ellas se sienten tan capaces como los hombres de utilizar motos para su movilización cotidiana, rompiendo con ello una barrera de género que la sociedad se había autoimpuesto.
Probablemente, con el paso del tiempo las mujeres motociclistas alcancen un equilibrio similar al de las mujeres que manejan autos, en relación con el universo de conductores. Y también es muy probable que lo hagan con más precaución y respeto a la Ley que algunos motociclistas temerarios que arriesgan su integridad en las vías.