El apogeo que vive la Fórmula 1 es el resultado de una labor constante y bien pensada para hacer de ella un circo de primer nivel.
Los reglamentos técnicos y deportivos de la categoría han sembrado un espectáculo que el megamercadeo ha cosechado, transformándolo en uno de los mayores medios publicitarios y de promoción de la era moderna.
Desde que en los años noventa se eliminaron tecnologías tales como las suspensiones activas y los motores turboalimentados, que creaban grandes diferencias entre los equipos de mayor presupuesto y los más pequeños, las normas técnicas se han concentrado en tratar de equiparar las prestaciones de los monoplazas.
Se estandarizó el diseño de los motores: todos deben ser V8 con la misma cilindrada, número de cilindros, cantidad de válvulas y hasta el módulo electrónico.
Igual sucede con las medidas de los monoplazas, ancho de vías, distancia entre ejes, alerones, escapes, es decir, todos los elementos que pueden ser descritos de una forma cuantitativa.
Sin embargo, los ingenieros innovaban a costa de vacíos legales y dirigieron sus investigaciones hacia un campo que, a más de ser de radical importancia en el desempeño, era el más difícil de reglamentar: la aerodinámica.
Así llegaron los difusores dobles de los Brawn GP, los escapes soplados de los Red Bull y los diferentes ductos canalizadores de flujo de aire en los McLaren y Mercedes, diseños que inspiraron a todos los equipos. A cada nuevo invento la FIA replicaba con una nueva norma.
No obstante, esta nivelación de ‘performances’ tenía su desventaja: las carreras podían convertirse en aburridas procesiones debido a la imposibilidad de rebasar.
Entonces los legisladores elaboraron argucias técnico-deportivas para permitir los sobrepasos: se autorizaron los Kers recuperadores de energía cinética y los alerones móviles para obtener apoyo en las curvas y disminuir el lastre aerodinámico en las rectas, con descripciones precisas sobre las circunstancias en las que estos artilugios podían ser utilizados.
Estas medidas motivaron carreras emocionantes y en el 2012 ningún equipo ostentó un dominio absoluto, como había sucedido en años anteriores. Seis marcas y ocho pilotos diferentes accedieron a la victoria en las 20 pruebas contempladas en el calendario.
Justo es comenzar por lo más alto: Sebastián Vettel mereció su tercer título. Es rápido, constante, sabe comprender su auto y dirigir a los ingenieros. Tiene madera y tiempo para batir los récords impuestos por su compatriota Michael Schumacher.
Su juventud le ha llevado a veces a excederse en sus reacciones, sobre todo bajo presión. Sin embargo, en Brasil demostró capacidad para controlar la situación y conquistó calmadamente el campeonato.
Es inevitable comparar a los coequiperos dotados de la misma montura, y en este sentido Mark Webber no expresó en el mismo grado el potencial de su Red Bull.
El vicecampeón Fernando Alonso se ha granjeado simpatías y admiración por su madurez, su carisma, y por haber disputado el título en inferioridad de condiciones, conquistando, no obstante, tres victorias heroicas.
Su mayor desventaja se ha manifestado en las calificaciones para las grillas de largada, al punto que en las últimas carreras su remotivado compañero Felipe Massa tuvo que cederle posiciones para colaborar en su lid por los laureles.
Cabe cuestionarse si hubiera estado en posición de disputar la corona sin esa ayuda.
A mitad de temporada se esfumó la ventaja que había acumulado al ser víctima de incidentes fuera de su responsabilidad. Sin ellos hoy sería el campeón, pero hay que recordar que Vettel también tuvo abandonos estando en condiciones de ganar, lo mismo que el incomparable Lewis Hamilton, contra quien se ensañó el destino.
Estos tres pilotos son los principales protagonistas en el campeonato de las suposiciones.
Kimi Raikkonen, en cambio, no fue al todo o nada. Muy constante en la puntuación, demostró que sus cualidades estaban intactas pese a sus infructuosas experiencias en rally.
Entre los nuevos incorporados se destacan Pastor Maldonado, con una victoria en su segunda temporada, y Sergio Pérez, cuyo pilotaje lo ha hecho merecedor de un ‘top team’ para el 2013.
Romain Grosjean tuvo un triste protagonismo cuando, reincidentemente, sus imprudencias le llevaban a cruzarse cual estrella fugaz en el firmamento de sus colegas hasta que una sanción de los comisarios vino a calmar sus ardores. Fue una lástima porque junto a Jean-Eric Vergne y Charles Pic encarnaban las esperanzas de la afición francesa, al cabo de ocho años de ausencia.
Merecen menciones especiales Jenson Button, quien muestra sus cualidades cuando menos se espera; Massa, que se reivindica; Hulkenberg, siempre al acecho; y todos los demás, sin excepción.
No hay que olvidar a Schumacher, quien demostró hasta el último un entusiasmo y combatividad que hicieron al heptacampeón de sus buenas épocas.
No por nada este selecto club de licenciados en Fórmula 1 es más exclusivo que el de astronautas.