El motor de un vehículo es una máquina térmica que funciona a alta velocidad de rotación, con numerosas piezas móviles internas que están sometidas permanentemente a rozamiento mutuo.
Por ello, genera abundante calor en su interior, el cual debe ser disipado con el fin de mantener la temperatura en rangos adecuados para el funcionamiento.
La mayor parte de ese calor se disipa a través de los sistemas de escape y enfriamiento, pero hay partes del motor a las que esos sistemas no llegan, por lo cual le corresponde al aceite del motor cumplir esa función.
Por esta razón, el lubricante tiene una doble finalidad: recubrir las piezas móviles para reducir al mínimo el desgaste producido por la fricción de las piezas metálicas, y mantener a una determinada temperatura aquellas zonas que no están en contacto con los sistemas de enfriamiento.
Los aceites utilizados para lubricar un motor pueden ser de tres tipos: minerales (producidos a partir de la destilación de petróleo), sintéticos (fabricados a base de materiales químicos) y semisintéticos (una mezcla de ambos).
La diferencia entre los dos primeros radica en el hecho de que los minerales se utilizan en motores convencionales en condiciones normales de uso, mientras que los sintéticos están más orientados a motores sofisticados o que operan en condiciones críticas, como por ejemplo la maquinaria pesada.
Otra diferencia es la duración: los minerales generalmente rinden un promedio de 5 000 kilómetros hasta perder sus propiedades, lo cual obliga a realizar el cambio, mientras que los sintéticos pueden rendir el doble de ese kilometraje o incluso más.
Pero independientemente del origen, el lubricante de motor debe ser resistente al calor y a las altas presiones, anticorrosivo, antioxidante y detergente, pues además de reducir la fricción recoge los residuos metálicos generados con el roce de los componentes.
Otra función del lubricante es la de sellar holguras e irregularidades, especialmente en los motores con alto recorrido (por encima de 150 o 200 000 kilómetros) en los que el grado de desgaste es mayor.
En esos casos, el aceite rellena los espacios con la finalidad de evitar pérdidas de compresión que derivan en la reducción de la potencia del motor.
No obstante, cuando el desgaste de las piezas internas es considerable, se recomienda utilizar aceites más densos o aditivos de motor que se mezclan con el lubricante.
Estos crean una película más gruesa que recubre mejor las holguras y reduce temporalmente la velocidad del desgaste, mientras el motor del vehículo recibe una reparación parcial o total.