Un paisaje típico del paso por el desierto del Sahara, en África. Foto: cortesía Julio Velástegui
A sus 38 años, Julio Velástegui se ha convertido en uno de los ecuatorianos que más kilómetros y más países ha recorrido sobre una moto. Las travesías de este ambateño en dos ruedas empezaron a finales del 2008, cuando viajó al sur del continente para ver el paso del Rally Dakar por primera vez en esta parte del mundo, y terminó recorriendo Sudamérica en sentido antihorario.
Durante una pausa climática pasaron la Navidad en Moscú. Foto: cortesía Julio Velástegui
En un principio buscó compañía para el viaje, pero al no encontrarla se animó a hacer la ruta solo y, según reconoce, eso le ayudó a derribar muchas barreras mentales y a descubrir capacidades ocultas.
En aquella ocasión llegó hasta Ushuaia, Argentina, la ciudad más austral del planeta que es conocida como el fin del mundo. Y como ya había llegado al extremo sur de América, en su segundo viaje se propuso llegar al extremo opuesto, que es en Prudhoe Bay, Alaska.
Y lo logró en el 2012, luego de un largo recorrido a través de Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Belice, México, Estados Unidos y Canadá.
Pese a su belleza, poco se conoce de las Pirámides de Sudán. Foto: cortesía Julio Velástegui
Hace tres años fue invitado a participar en un proyecto internacional denominado Raíces del Río Amazonas, que consistió en recorrer en paralelo el río-mar, desde su desembocadura hasta el origen en los Andes peruanos, y que también concluyó con éxito.
En el 2010, Julio inició una relación con Silvana Villacrés, quien lo apoyó en todos sus proyectos posteriores y lo acompañó a la distancia. Cinco años después, ellos decidieron casarse, pero coincidieron en que preferían emprender un viaje juntos en lugar de ofrecer la tradicional fiesta de recepción.
Y a partir de su experiencia y gusto particular, Julio propuso que fuera en moto, a lo cual Silvana accedió. Después de un sencillo casamiento, en el que les acompañaron sus familiares más cercanos, Julio y Silvana iniciaron la planificación de una nueva travesía que tendría fecha y lugar de inicio pero no de finalización, pues prefirieron no ponerse plazos y llegar hasta cuando y donde las circunstancias les permitieran.
En los meses siguientes dedicaron buena parte de sus esfuerzos a organizar todo lo referente al viaje: establecer las épocas más adecuadas de paso por los diferentes destinos, realizarse chequeos médicos, obtener visas en diferentes embajadas, etc.
Además, debían resolver un tema crucial: la compra de la moto que utilizarían para desplazarse, la cual debía cumplir con ciertas cualidades de confort, fiabilidad, disponibilidad de servicio técnico en muchos lugares y posibilidad de internación en diferentes países.
Después de un profundo análisis optaron por una Yamaha Teneré 660, que -por temas logísticos y legales- no podían adquirir en el país, sino que lo hicieron en Inglaterra, el tercer destino de su viaje, donde empezaría el periplo europeo.
Julio y Silvana emprendieron el viaje en octubre del 2015 y, tras un breve paso por Estados Unidos y Canadá, cruzaron el Atlántico hasta el Reino Unido. Allí, un concesionario de motos les brindó todas las facilidades para que ellos pudieran adquirir el vehículo debidamente equipado y adaptado a sus requerimientos, y fue el inicio de una ruta que los llevó a recorrer Francia, España, Portugal e Italia.
Allí debieron enfrentar el primer inconveniente del viaje, que les obligó a romper la regla de no separarse que se habían impuesto. La visa para el territorio Schengen de Silvana estaba a punto de caducar, por lo cual ella debió tomar un avión desde Milán hasta Estambul. A Julio le tomó cinco días atravesar Eslovenia, Croacia, Serbia y Bulgaria hasta llegar a Turquía para volver a reunirse con su esposa.
Pero el invierno llegó al hemisferio norte y se vieron forzados a parar la moto durante un tiempo, lo cual no significaba dejar de moverse. Recorrieron Turquía en avión, tren y bus, y volaron a Moscú para pasar la Navidad del 2015 en Rusia.
Cuando el clima mejoró un poco, pudieron retomar el viaje en moto hacia Israel, y desde ahí hacia Jordania. Pasaron a Egipto y, una vez en el continente africano, recorrieron la costa oriental hacia el sur de Egipto a Sudán, Etiopía, Kenia, Uganda, Ruanda, Tanzania, Zambia, Zimbabue, Swazilandia, Lesotho y finalmente Sudáfrica.
Llegaron a la ciudad de El Cabo, en julio, tras cuatro meses de viaje. Pero como el invierno ya había llegado al hemisferio sur, evaluaron sus opciones y decidieron regresar a Turquía para recorrer la Ruta de la Seda. Entonces tomaron un avión hacia Estambul (con la moto incluida), que en nueve horas los devolvió al lugar desde donde habían partido meses atrás.
Después de hacer los trámites respectivos, partieron hacia el Lejano Oriente vía Georgia, Azerbaiyán, Armenia, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kazajstán, Rusia y Mongolia. El alto costo de internación de la moto en China les impidió continuar el viaje en dos ruedas por ese país, pero lo hicieron ellos solos.
Debido a la ausencia de un documento tampoco pudieron ingresar la moto a Corea del Sur, por lo cual decidieron enviarla en barco hasta Vancouver (Canadá) desde el puerto ruso de Vladivostok. Las cinco semanas que duraría ese viaje supieron aprovecharlas recorriendo el país asiático, desde donde después volaron a Canadá para reencontarse con el vehículo y llevarlo a través del sur de EE.UU. hasta Nueva York, donde el viaje inició.
De esta experiencia que duró 15 meses, Julio y Silvana destacan aspectos tales como el autodescubrimiento, la consolidación de su relación de pareja y el desprendimiento de los prejuicios respecto de otras culturas, muchas veces alimentados por una influencia negativa de los medios de comunicación.
Estambul y la Mezquita Azul los acogieron un buen tiempo. Foto: cortesía Julio Velástegui
“Recibimos ayudas inesperadas en el camino. Me impactó descubrir que lo que podríamos considerar machismo en los países musulmanes solo son diferencias culturales. Ellos son grandes seres humanos, muy solidarios, y en más de una ocasión me pidieron que contara afuera que ellos no son malos. Destaco la grandeza de la condición humana, hoy soy una persona mucho más agradecida de lo que tengo y de lo que soy, y entiendo que la voluntad puede lograr que cambiemos nuestras realidades”, es la conclusión que saca Silvana de la experiencia vivida. “Dios está dentro de cada uno de nosotros. Si hay que adorar a alguien, hay que adorar al prójimo. En el camino deben quedar los rencores, odios y resentimientos. Hay que viajar con el equipaje ligero que se compone de los buenos sentimientos. Debemos tratar de pasar a mejor vida en esta misma vida”, sostiene Julio como lección aprendida de sus travesías.
Pero ellos no quieren que lo vivido entre octubre del 2015 y diciembre del 2016 sea algo irrepetible. Sus inquietas mentes ya piensan en nuevas travesías hacia países desconocidos. Ambos están empeñados en hacer de ese tipo de experiencias su estilo de vida.