Brasilia y Quito tienen dos cosas en común: ambas son las capitales de sus respectivos países y se encuentran en el grupo de ciudades de América del Sur que son Patrimonios de la Humanidad.
Pero mientras nuestra capital alcanzó esa calidad gracias a su extensa zona de arquitectura colonial, Brasilia fue nominada por su modernidad estructural y urbana.
En la ciudad donde ayer se inauguró la Copa Confederaciones, el edificio más antiguo es de 1960. Juscelino Kubitschek, presidente entre 1956 y 1961, emprendió desde cero la construcción de una nueva capital, para reemplazar a Río de Janeiro.
Kubitschek o JK como le decía el pueblo, no solamente buscó este cambio como una forma de integrar al país, llevando la sede de todos los poderes al interior, sino además simbolizó el espíritu progresista, de desarrollo, un sello que Brasil siempre ha buscado para posicionarse alrededor del mundo.
Todos los grandes edificios de Brasilia fueron ideados por Óscar Niemeyer, arquitecto que falleció en diciembre pasado, a los 104 años. Su impronta está latente: curvas, grandes estructuras, vidrio y mucha luz se pueden ver en el Palacio del Planalto (sede del Poder Ejecutivo), Itamaratí (la Cancillería), La Catedral…
Pero Brasilia no es un paraíso. En realidad, es una ciudad no apta para peatones, apenas transitable para ciclistas y donde el auto es imprescindible. Las distancias son largas, casi no hay veredas y todo nace y termina en el Eje Monumental, la gran avenida donde está el estadio Nacional.
Ayer a las 09:00, había filas largas en las afueras del escenario para retirar los boletos de la inauguración. Pero la atención de los voluntarios era la adecuada.
La zona hotelera queda aledaña al estadio, por lo que los torcedores (hinchas) que llegaron para ver este espectáculo se trasladaron a pie. Claro, hidratados, cómodos y ligeros, porque el termómetro nunca bajó de los 28 grados centígrados.
No hubo apuros ni violencia, ni siquiera cuando un grupo de organizaciones sociales protestaba a tres cuadras del escenario, queriendo acercarse. La Policía Militar los frenó a tiempo. Un par de bombas lacrimógenas y asunto terminado. Ellos pedían la liberación de cuatro personas, que fueron detenidas el viernes por protestar en contra de la realización de la Copa Confederaciones.
El Gobierno del Distrito Federal movilizó a 12 000 hinchas, para la jornada. Al torneo llegaron personas otras ciudades de Brasil, sin contara los extranjeros.
La Copa arrancó a un año del Mundial. Brasilia, la ‘capital de la esperanza’, fue la primera en pasar al pizarrón.