Bom día. Queremos ir pra o bairro da Santa Felicidade. Aunque el portugués está un poco atropellado y con una buena dosis de acento ecuatoriano, el taxista acepta con la emoción que debe tener un taxista en su primera carrera del día.
De onde são vocês? Pregunta. De Equador. El conductor mira el retrovisor para confirmar si los pasajeros tienen pinta de ecuatorianos y en seguida reacciona con un grito: “sisequere, sisequere”.
El grito tenía sabor al cántico ecuatoriano. El taxista se alegra de llevar a dos ecuatorianos que recién ganaron un partido. La noche del juego, día en que se internacionalizó el ¡sí se puede!, Samuel Pereira anotó en un pequeño papel su versión del cántico. A él le sonó: “sisequere”.
Curitiba estuvo inundada de ecuatorianos, se los reconocía por las camisetas amarillas en centros comerciales y sitios turísticos. Los taxistas tuvieron harto trabajo y por eso Pereira conoció a un ecuatoriano, el día del juego con Honduras. Indagó sobre el país y su fútbol. Más tarde, cuando la Selección ganó, escuchó el ¡sí se puede! y la adoptó.
¿Qué significa?, pregunta con su mirada concentrada en el espejo. La explicación lo convence y suelta la mano derecha del volante para buscar un papel y un bolígrafo y se los entrega a los ecuatorianos.
Samuel Pereira es curioso por saber cómo es Ecuador y profundiza en el clima, la comida, el costo de la vida y para rematar quiere saber si hay políticos corruptos. “Esos están en todo lado”, fue la respuesta y él soltó una carcajada como para resignar el coraje.
Es sábado y en el centro de Curitiba se ve un poco de tráfico. La conversación distrae al taxista y a ratos se pega mucho a los coches, pero ya es ducho en las calles; va 30 años tras un volante. Él tiene 66.
La curiosidad por Ecuador tenía una razón de ser. Su hija (tiene tres hijos) está casada con un chileno y le contaron que el próximo año irán para allá. Lo desilusionamos al decirle que estamos lejos y que creemos que la vida es diferente allá.
El recorrido estaba por terminar.
El taxímetro ya sobrepasaba los 60 reales. La pequeña hoja que Pereira entregó a sus pasajeros ya traía escrito su “sisequere”. La frase fue tachada e impregnamos el ¡Sí se puede!, que él quería cantar.
El barrio italiano Santa Felicidade estaba a la vista. Pereira es de descendencia portuguesa pero conocía los puntos estratégicos. Ayudó bien a sus pasajeros sólo a cambio de unos reales y un Sí se puede en una hoja. “Ahora sí no voy a olvidar cómo se “torce” (alienta) a Ecuador”, remató al despedirse.