Una de las artesanas en la tarea del hilado de madejas. Foto: Francisco Espinoza para Construir.
Las pálidas fibras de la cabuya se entrelazan entre las manos morenas de María Flores. Esta mujer kichwa es la encargada de hilar los canutillos blancos, que servirán para en un telar de madera tejer tapices. Luego, estos se utilizarán para la confección de artículos utilitarios para el hogar.
La tradición se instaló hace más de un siglo en la parroquia San Roque, en el cantón Antonio Ante, en Imbabura. Hoy subsisten un par de talleres.
Al frente de los obrajes están los hijos de Miguel Pineda, de 78 años, ya retirado de este oficio pero que dio dinamismo a esta parcialidad, en donde cohabitan kichwas y mestizos.
Este indígena otavalo, al igual que la mayoría de vecinos, aprendió a hilvanar este material que se obtiene del penco negro, que crece en el valle subtropical de Íntag, en el vecino cantón Cotacachi.
El auge de los artesanos de la fibra de cabuya fue de la mano con el ‘boom’ del cacao y el café, que floreció en la Costa. Es que los primeros tejidos que en San Roque se confeccionaban eran destinadas para exportar los aromáticos.
Sin embargo, la mayoría de talleres fue cerrando sus puertas ante la drástica disminución de los pedidos. Los artesanos que quedaron innovaron el tejido para destinarlo a otros usos, especialmente para el hogar y la decoración.
La tela de cabuya se le puede transformar en vistosos tapices, tapetes, individuales, alfombras, hamacas, rodapiés, cestas, entre otros.
Desde hace dos años, los tejidos sencillos se han convertido en una combinación ideal para adornos florales.
Incluso, las fibras son teñidas, dependiendo de los meses del año, con los colores de temporada. Este tapiz se comercializa únicamente por metros.
Miguel Pineda en la tarea de dar forma a los telares en esa especie de obrajes. Foto:
A pesar del desarrollo tecnológico, en los obrajes de Miguel y Martha Pineda, descendientes del patriarca, el tiempo parece haberse detenido.
En el primero tres telares de madera le dan dinamismo a la manufactura. En uno de ellos, Segundo Córdova maniobra con destreza la tejedora, similar a una máquina, que entrelaza los hilos de algodón.
El indígena, con sus dos manos trama los filamentos después de haber pasado, de un lado al otro, una pieza de madera a que le denominan peine, mientras que con sus pies presiona los pedales.
Previamente, María Flores había hilado y realizado madejas. Con este hilo recogido prácticamente se realizan una especie de bovinas, que después son instaladas en la máquina para poder entretejer.
En Íntag, en cambio, se realiza el proceso inicial. Con una máquina se desfibra las verdes hojas del ágave. Enseguida se lava y se pone a secar. Por último, se desenredan los hilos y se le pule aplicando una cera.
El ingenio de los artesanos de San Roque les llevó adaptar nuevos tejidos. Eso ha permitido que el oficio no se extinga.
Una de las técnicas es conocida como tela engomada de yute de cabuya. Es ideal para confeccionar adornos. Los diseños de Miguel Pineda nacieron de una tela que alguna vez vio en un turista extranjero.