El blanco fortín del arquitecto y catedrático

El sofá anaranjado y el cuadro ponen su cuota de color.

El sofá anaranjado y el cuadro ponen su cuota de color.

Pablo Castro posa con su pequeño hijo Ignacio David. Al fondo, junto a la tele resaltan varias vasijas de Eduardo Vega. Fotos: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO

Si hay alguna tarea de difícil ejecución para un arquitecto es la de diseñar y decorar su propia residencia.

Se supone que estos profesionales son expertos en dejar sus residencias convertidas en unos verdaderos estands, dignos de ser admirados por propios y extraños.

La realidad difiere, a veces radicalmente, de lo que se imagina la gente, explica Pablo Castro, catedrático de quinto semestre del Colegio de Arquitectura de la Universidad San Francisco de Quito.

Graduado en la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica y con una maestría en el Instituto Pratt Institute en Nueva York  en diseño arquitectónico, este profesional nacido en 1982 se decidió por seguir la línea que le marcaban maestros internacionales como Steven Hall, Smiljan Rodric, Rem Koolhaas, 51-1 Arquitectos o Juan Herreros.

En el diseño arquitectónico así como en el diseño interior influyen muchas condicionantes y determinantes, como la ubicación del predio, el gusto específico del cliente, la factibilidad económica, entre otros, explica el catedrático.

El sofá anaranjado y el cuadro ponen su cuota de color.

Sin embargo, su residencia, que está ubicada en un edificio diseñado y construido por él y su socio y primo propio, Roberto Morales, es una síntesis de minimalismo, buen gusto y equilibrio funcional.

La edificación es de cuatro pisos y está emplazada en la urbanización Altos del Bosque, tres cuadras al occidente del Centro Comercial. 

“Fue nuestro primer trabajo en equipo (Taller TEC)”, recuerda Castro, y nos abrió muchas puertas pues su diseño gustó a un gran número de amigos y otras personas.

Fue concluida en el 2009. Es una construcción de hormigón armado que tienen un constante de diseño: la fachada principal -que mira al este de Quito- tienen grandes ventanales en toda su extensión, lo que permite una gran vista de esa parte de la ciudad y, al mismo, óptimas ventilación e iluminación naturales.

El cuarto del niño es una muestra de decoración infantil.

El departamento de Castro, de 130 m² se ubica en el cuarto piso del edificio, llamado Platinum, y goza de esa gran claridad que permite la amplia ventanería. Así, el paisaje pasa a formar parte del plan decorativo del inmueble.

La vista de una gran parte del noroccidente de Quito es magnífica, sobre todo por las noches, cuando la capital se transforma en una gigantesca luciérnaga multicolor.

La distribución espacial de la residencia también aporta para que las áreas sociales se muestren en su verdadera magnitud. La gran sala se complementa con un espacioso comedor y una cocina que, aunque pequeña, es totalmente funcional y de corte contemporáneo.

Las habitaciones se juntan en la parte occidental del departamento y tienen la privacidad propia de estas estancias.  Eso en lo concerniente a la distribución espacial de la residencia.

La cocina es funcional. Los pisos y mesones son claros.

La decoración es punto aparte y es una simbiosis muy amigable de minimalismo con un mobiliario y accesorios escogidos con sumo cuidado para romper la monotonía en la que suele caer este estilo.

Obvio, el blanco es el color predominante, tanto en techos como en las mamposterías y tabiquerías. Los pisos de bambú ponen la contraparte tonal, al igual que algunos cuadros y accesorios muy coloridos que agregan la alegría y la que necesita todo hogar.

Una curiosidad: si en la sala-comedor las paredes y cielos rasos son blancos y el piso caoba; en la cocina esta fórmula pictórica se invierte: los pisos, mesones y encimeras son blancos y el mobiliario y paredes tienen matices de café.

La decoración -sobria pero no atosigante- se complementa con unos pocos objetos muy bien seleccionados.

Destacan el gran cuadro de corte indígena maya que el profesional adquirió en uno de sus viajes, y un piquero de hierro reciclado y forjado, que hace una sincronía perfecta con la gran mesa central de vidrio que domina la sala.

Por último, la guitarra también es una invitada que nunca falta en la sala del arquitecto.

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