Una vivienda con una arquitectura irreverente, tanto en cuestión de materiales como de diseño y decoración, se impone en un lugar céntrico de la ciudad. Fue creada por la arquitecta Gabriela Álvarez.
Se trata de un departamento ubicado en el edificio Aura, que Álvarez diseñó y construyó con un concepto original, funcional y estético.
Ella lo define como un espacio inacabado, en constante transformación y perfeccionamiento. Se trata de un laboratorio que se nutre poco a poco con nuevas y diferentes ideas.
Este se creó a partir de elementos hechos por la propia Gabriela Álvarez y su esposo, Ramón Torres. También contiene objetos heredados, obras de artistas ecuatorianos como ‘Washo’ Guayasamín, Que Zhinin, Apitatán, La Suerte o Manuel Carrión y algunas artesanías mexicanas y de otros lugares del mundo, que la pareja conserva de sus viajes.
Las gradas conducen al centro de entretenimiento y trabajo.
Para esta joven arquitecta, dueña de un legado dejado por Álvarez Bravo, su departamento es una muestra de que se pueden hacer cosas diferentes en arquitectura, “con otra vibra”, como ella lo define.
Añade que en este campo, más que un estilo, las cosas requieren de un sentido, para servir y verse bien.
Para eso, asegura que no hacen falta demasiadas cosas, sino pequeños detalles que se ven y funcionan bien.
Un ejemplo de esta propuesta son los materiales que se muestran por sí mismos en ese departamento. Hormigón y ladrillo vistos, bloque pigmentado negro, madera y metal se conjugan con el suficiente mobiliario y los ventanales que, además, permiten el ingreso de abundante luz y calor. Tiene el privilegio de contar con una gran vista.
La arquitectura de ese lugar, según Álvarez, más que apegarse a una línea, tiene mucho de su propia personalidad, de lo que ella y su esposo buscan y necesitan para vivir.
“Es un colectivo de ideas y necesidades, con espacios limpios, sobrios, no pretenciosos; que tienen su propia aura”.
Como ejemplo de aquello, en cada rincón de la casa hay objetos de decoración o de mobiliario que representan algo especial para la pareja.
En el dormitorio se aprovechan espacios para almacenaje.
El diseño de luz que la arquitecta eligió para el espacio, y para todo el edificio, es indirecto, apuntando a paredes u objetos específicos, incluso en los baños. Con eso, explica, más que un espacio iluminado, se logra una atmósfera ideal.
Entre los elementos de mobiliario se destacan las sillas Acapulco, que la pareja ofrece en Estudio Aura, ubicado en la planta baja del mismo edificio.
También hay un mueble cuencano de totora, que muestra la valía que tiene la producción local para esta arquitecta.
En el ingreso de la casa se destaca un corredor envuelto en madera que, gracias a un diseño innovador, oculta los accesos hacia el estar íntimo, el baño social y algunos espacios de almacenamiento.
Desde la sala y el comedor, en el noveno piso, se aprecia la ciudad.
El departamento tiene tres habitaciones. En el máster, además de la vista hacia el exterior, se encuentra un importante elemento funcional: cada espacio se aprovecha al máximo para guardar cosas. Destaca el uso del espaldar y la parte baja de la cama.
La zona social define a la pareja, que apuesta por lo diferente. La sala, el comedor y la cocina, integrados y abiertos, exhiben materiales, obras de arte, recuerdos de viajes, muebles diseñados y heredados.
Desde la sala se sube al espacio de entretenimiento, lectura y trabajo. En ese espacio se conjugan comodidad, personalidad y originalidad.
En conjunto, el departamento es un experimento que esta pareja vive a diario.