La madera, el hierro y el porcelanato son los nuevos materiales empleados. Fotos: Xavier Caivinagua para EL COMERCIO
El proyecto arquitectónico Dalias, ubicado en el oeste de Cuenca, plasma el concepto de resurgir. La vivienda original fue planificada y construida en 1986 y el nuevo dueño decidió reactualizarla.
Los arquitectos Carolina Bravo y Paúl Chango, del estudio Ruptura Morlaca Arquitectura, repensaron los conceptos y las teorías sobre el hábitat para su propuesta.
“No solamente se trata del diseño de una casa sino también hay que pensar cómo en la actualidad se pueden vivir los espacios en relación con lo que ocurría hace más de 30 años”, señala Chango.
Los grandes ventanales permiten el ingreso de luz natural en los diferentes ambientes.
El inmueble original tenía una tipología tradicional cuencana con juegos de cubiertas y ventanas en la fachada. No había mucha iluminación, pisos de duela, vigas, estructura de madera. Las casas del entorno mantienen esa tipología.
A mediados del año pasado iniciaron la intervención, que será entregada este mes, señala Bravo. Antes de empezar la obra, hablaron con el constructor original Claudio Ullauri. Lo hicieron para conocer qué idea tuvo en el diseño y para socializar la nueva propuesta que ellos tenían.
Para el nuevo diseño, la parte estructural no servía, señala Chango. El nuevo concepto, explica, fue como ir excavando en una mina y sacando el material y ganando espacios.
Eso ocurrió en una bodega que estaba en el subsuelo y que, en la actualidad, es el comedor, la cocina, la lavandería y el jardín. La madera que se sacó, por ejemplo, se empleó en los encofrados. “No estaba en buen estado para volver a emplear en los pisos”.
El diseño de la fachada permite que haya visibilidad desde adentro, pero a la vez privacidad para los ocupantes.
Bravo prefiere no hablar de un concepto o estilo arquitectónico sino más bien en un estilo de vida para la gente. “No porque un color está de moda se usa sino se privilegia que las personas se sientan bien y ofrecerles confort”.
La vivienda tiene 200 metros de construcción y está emplazada en un terreno de 100 metros cuadrados.
En la btambién encontraron la posibilidad de generar una suerte de grieta y cortar la casa en dos partes. No fue un capricho sino una necesidad. La vivienda está adosada en la parte posterior y a los lados, por lo que no tenía mucha iluminación natural, cuenta Chango.
Los espacios internos se conservan con la posibilidad de mantener usos tradicionales o generar unos nuevos.
Por ello, los arquitectos cuencanos pensaron en que la luz ingrese por la parte superior y de forma vertical para beneficiar a toda la casa.
Ingresa desde la cubierta a través de una hilera de vidrios y llega hasta el hall de la segunda planta y al pasillo. Además, pasa a la planta baja a través de unas duelas de madera que están separadas (tipo pérgola).
Al mediodía se puede observar los rayos del sol en el piso de la primera planta. Con esa opción y con los ventanales se ganó iluminación natural, coinciden Bravo y Chango, quienes fueron galardonados en octubre pasado en la Bienal Internacional de Arquitectura de Buenos Aires.
Ellos y Freddy Bueno recibieron el premio Convocatoria Internacional en la categoría Viviendas Multifamiliares por el edificio Isabela. Según Chango, a las edificaciones hay que mirarlas como un organismo vivo y brindar soluciones únicas y oportunidades de libertad para sus residentes.