Las chozas familiares tienen capacidad para hospedar hasta a 16 personas. Cada una está equipada con un calefactor a leña. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO
Un ambiente natural y la oportunidad de hospedarse en chozas indígenas similares a las originales, pero más cómodas, forman parte de la oferta turística de la comunidad La Esperanza, en Colta.
Las 33 familias que habitan en ese lugar se organizaron para construir dos cabañas y un restaurante para alojar a los visitantes. Hay dos chozas familiares con capacidad para hospedar hasta a 16 personas.
Las construcciones fueron hechas utilizando las técnicas ancestrales indígenas y estilizadas con un toque moderno.Cada una está equipada con un calefactor a leña, una pequeña estufa y un baño decorado con elementos étnicos relacionados con la cultura Puruhá. Además, en cada habitación se exhiben diversas artesanías elaboradas por las mujeres de la comunidad.
“Nuestras viviendas, las chozas originales, carecen de comodidades como un baño con agua caliente, pero nos esforzamos por hacerlas semejantes a las nuestras para que los turistas disfruten de la experiencia de alojarse en una casa tradicional, sin restarles comodidad”, cuenta Segundo Pilamunga, presidente de la comunidad.
De hecho, el estilo tradicional de las construcciones es el principal atractivo turístico del emprendimiento comunitario. Allí también funciona una fábrica de quesos gourmet y una oficina que puede utilizarse como una sala de capacitaciones.
La Esperanza está a 40 minutos de Riobamba, en Colta. Para llegar hay que recorrer por un desvío empinado de la vía Panamericana Sur. Las calles empedradas y rótulos de madera son parte del ambiente rústico de la comunidad.
Los turistas pueden descansar mientras aprecian a naturaleza. Foto: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO
El sitio de hospedaje está instalado en una pequeña hondonada, rodeado por sembríos de cereales y plantas silvestres. “Ofrecemos a nuestros huéspedes la oportunidad de alejarse del estrés y ruido de la ciudad. Aquí pueden disfrutar de un momento de paz”, afirma Pilamunga.
Las edificaciones también se hicieron acorde a ese concepto. Las paredes, por ejemplo, fueron construidas con bloques de adobe de lodo, tienen un grosor de 50 centímetros y están cimentadas en pilares de madera.
“Solo preparar la tierra para las paredes nos tomó 15 días, toda la comunidad ayudó”, recuerda Pilamunga.
Para preparar el lodo, los comuneros recolectaron tierra negra, la aplastaron con una yunta y después de mezclarla con pedazos de paja, la dejaron pudrir por una semana.
Esa técnica se utiliza en esa comunidad indígena para elaborar adobes desde hace más de 100 años. Los más ancianos aseguran que aprendieron a fabricar sus casas observando a sus abuelos. Luego, el conocimiento se heredó de generación en generación.
La gente que hace sus casas de cemento quiere tener casas más modernas, pero se enferman más. Aquí el frío es intenso y las paredes de adobe nos ayudan a conservar el calor del fogón”, cuenta Pedro Jambi, un comunero.
Adiferencia de las viviendas tradicionales, las chozas turísticas tienen dos pisos debido a que son habitaciones familiares. El techo de madera está recubierto con paja tejida e impermeabilizada, las fibras vegetales también ayudan a conservar el calor y aportan un toque estético a las edificaciones.
El restaurante es uno de los sitios preferidos de los visitantes. Allí pueden degustar platillos típicos y los quesos que se fabrican en la comunidad, y disfrutar de una colorida y alegre decoración.
Los manteles de las mesas exhiben bordados similares a los diseños de las fajas andinas. Del techo cuelgan coloridas shigras (bolsos pequeños), hechos por las mujeres de la comunidad, que además están a la venta.
El restaurante, centro, es uno de los lugares preferidos por los turistas. Allí pueden degustar platillos típicos y observar la colorida decoración. También hay artesanías andinas. Fotos: Glenda Giacometti/ EL COMERCIO