El bordado saltó de la ropa y los manteles a los cuadros

Los diseños, que se caracterizan por una fuerte carga  de colores vivos, están inspirados en los paisajes andinos.

Los diseños, que se caracterizan por una fuerte carga de colores vivos, están inspirados en los paisajes andinos.

Los diseños, que se caracterizan por una fuerte carga de colores vivos, están inspirados en los paisajes andinos. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO

Los coloridos bordados, que han dado fama a las mujeres kichwas del sur de la capital de Imbabura, y los paisajes andinos marcaron a Jorge Moya.

El artista, de 39 años, creció observando cómo las indígenas diseñaban sobre telas de lino blanco complejas figuras, usando únicamente agujas e hilos de tonos fuertes.
La técnica se utilizaba inicialmente para la confección de los trajes indígenas femeninos. Pero, luego saltó a las artesanías utilitarias como: manteles, toallas, servilletas, cortinas, cenefas...

Los bordados le han dado prestigio a la comunidad de Zuleta, aunque la destreza está regada prácticamente en las manos de todos los artesanos de las parroquias de Angochagua y La Esperanza.

Solo basta recorrer por las largas y estrechas calles de los valles y montañas de estas frías parcialidades del pueblo Karanki para quedar alucinado con la maestría, que parece innata, de las bordadoras.

Aunque Moya nació en Ibarra, creció en La Esperanza. Tras concluir sus estudios de Artesanía Artística en la Universidad Técnica del Norte, de la capital imbabureña, comenzó a experimentar con varias técnicas de artes plásticas.

Un día decidió elaborar un cuadro, como un presente para su madre, Ligia Landeta. Ella es su admiradora y su principal inspiración.

La progenitora, que hoy tiene 75 años, se sorprendió al ver que un paisaje bordado, que parecía una fotografía, quedó inmortalizado en un cuadro. Doña Ligia asegura que su hijo siempre fue sensible con la naturaleza y diestro con el lápiz y el pincel.

De esta manera nació, hace ocho años, esta iniciativa de elaborar cuadros con paisajes, búhos, mariposas, aves..., bordados con hilos de colores, para adornar casas y oficinas.
Así esta centenaria técnica manual se transformó en un elemento nuevo para la decoración de interiores.

Los cuadros de Jorge Moya nacen en un papel. A diferencia de las figuras geométricas y flores, que son recurrentes en los bordados conocidos como de Zuleta, sus cuadros buscan temáticas nuevas. Incluso esboza las ideas de sus clientes con maestría.

Moya considera que sus trabajos son artísticos y no artesanales, pues tienen una finalidad estética y expresan ideas, emociones y su visión de concebir el mundo. Los trazos de lápiz sobre una hoja de papel luego son transferidos a la tela. El siguiente paso es llenarles de color con hebras de diferentes tonalidades y finas agujas.

En esa tarea le colaboran un par de bordadoras indígenas de la localidad.  Luego Moya le adiciona terminados extras al producto, como sombras e iluminación, utilizando hilos de diversas gama de colores o pintura textil.

Los lienzos con las figuras listas son templados sobre un bastidor de madera y finalmente se coloca dentro de un marco de este noble material. Para Estefany Gallego, estudiante de diseño gráfico, el mérito de este trabajo es haber encontrado un nuevo uso al bordado tradicional.

“Con ello se está permitiendo que esta técnica no se pierdan, como ha sucedido con otras artesanías por falta de un uso práctico y comercial”.  Como muchos artistas, Jorge Moya tiene sus excentricidades. Una de ellas es que en la parroquia La Esperanza, en donde reside, pocas personas conocen el trabajo que realiza al interior de su casa.

Su producto lo comercializa en Quito. Aunque reconoce que le cuesta mucho desprenderse de sus obras. “Es complicado porque uno se encariña con cada cuadro, que sabe que nunca más regresará a sus manos”. A pesar de ello tiene trabajos con precios para todo bolsillo. Una obra con la figura de un búho, de 70 centímetros por 50, lo oferta en USD 50. Un cuadro, de 40 centímetros por 30, bordea los USD 30. Pero también elabora piezas de hasta USD 10 mínimo.

La calle La Ronda, de la capital ecuatoriana, es uno de los sitios preferidos para comercializar sus trabajos.  Comenta que al principio los cuadros no llaman la atención de los transeúntes. Pero, luego que observan detenidamente que se trata de figuras bordadas cambian de parecer.

Con el tiempo, los bordados también han cambiado a otros productos utilitarios, como: carteras y bolsos para las computadoras portátiles y tabletas.  “A diferencia de las obras en pintura, los cuadros bordados tienen una alta carga de energía de las mujeres que trabajan con los hilos y del que realiza el terminado “, asegura.

Suplementos digitales