La Junín es una calle larga, estrecha y negra, como trenza de otavaleño. Y es el eje del tradicional barrio de San Marcos.
Sobreviviente de las épocas coloniales y republicanas de la Quito sanfranciscana, esta arteria conserva todavía esa calma chicha propia de los barrios antiguos, a pesar de que algunos nuevos emprendimientos (restaurantes y bares) han brotado en sus dos orillas, pero aún no las inundan con su vértigo contemporáneo.
Casi al final de esta rúa -que termina en una cuchara sin salida- se dibuja la casa del maestro Álvaro Nicanor Manzano Montero, director de la Orquesta Sinfónica Nacional en varios períodos (1985-2001 y desde el 2013 hasta ahora).
Álvaro Manzano posa en uno de los rincones de la sala principal de la vivienda, que tiene un área de 300 m².
Es un inmueble con una fachada irrepetible, por su cromía: es la única pintada en azul añil y rosa en todo el barrio. Eso hace que resalte como un faro en medio de otros inmuebles de parecida contextura y decorados. Dos primorosas puertas de madera refuerzan esa colorida pertinencia.
Es un inmueble con detalles del republicano tardío, tanto en su fachada como en su interior; y luce esplendoroso.
Pero no siempre fue así. Es más, recuerda este músico graduado en el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú, hasta hace 12 años parecía condenado al cadalso constructivo, por lo deteriorado que estaba.
La decoración incluye elementos actuales como la mesa de vidrio junto a viejos accesorios.
Así lo compró y en dos años -con la ayuda invalorable del señor Eugenio Cevallos- lo transformó en una acogedora residencia de 300 m² ideal para su tarea de director musical.
Claro, como todo artista consecuente, este ambateño nacido en 1955 preservó todo lo útil de la construcción original. Incluido un coqueto patio de cantos rodados y piedra, en cuyo centro florece un auténtico arrayán quiteño.
El entorno del patiecito tiene, además, un chorrito de agua que canta en un rincón cubierto de mosaicos y una pared decorada con tubas, cornetas y sopranos de bandas de pueblo que fueron desechadas y el maestro recogió, literalmente, de la basura.
Una antiquísima artesa llena de anturios completa el menaje decorativo de un corredor.
Estos instrumentos no son los únicos elementos que forman parte de la decoración interior. Hay muchos reciclados: pailas, planchas de carbón…
Por todos los rincones hay ancianas artesas que cambiaron la harina por plantas como los anturios; tres chimeneas de viejo corte que funcionan mejor que estufas modernas; valiosas esculturas y recuerdos de los innumerables viajes que ha realizado; pinturas y grabados de maestros como Guayasamín, Stornaiolo, Kingman, Unda y otros.
El estudio, donde pasa la mayor parte del tiempo, es un reflejo de su personalidad. Es sobrio, aireado y lleno de libros. Una gran Imag pone la tecnología; el piano, guitarras, violines y partituras, el arte. El maestro pone el talento.