De memorias y olvidos

Más bien pocos, entre los tantos españoles que he conocido, los que les tenía sin cuidado eso del más allá, la eternidad digamos. Por el contrario, tengo la impresión que para los más de nosotros, los hispanoamericanos, nuestras incógnitas son más bien terrenales: lo inmediato que supone el diario vivir. Aunque parezca paradójico, así nos explicaríamos la desmemoria y olvidos que se repiten y repiten en ‘Cien años de soledad’. De ahí también que la trascendencia de los acontecimientos a pocos les ha llevado al dolor de pensar. Se explica así que los más de nuestros historiadores no hayan pasado de ser relatores puntuales y nada más. Los juicios de la historia un empeño de muy pocos en los últimos tiempos. El caso de Enrique Ayala Mora con su ‘Nueva Historia del Ecuador’, juiciosa y analítica, es la clara demostración de que tal historia estaba por escribirse.

Caben explicaciones. Entrando en honduras como que lo que antecede es el resultado de la lenta aparición entre nosotros de la memoria escrita, la confiable por subjetiva que pueda ser. El portento que suponía contar con la escritura alfabética entre nosotros es de ayer no más en comparación con los pueblos asiáticos y europeos. Para que Ayala Mora haya escrito una nueva historia debió recurrir a textos modernos de autores consagrados en antropología, sociología y otras ciencias relacionadas con la conducta humana y su circunstancia.

De complejidades extremas el espacio que le corresponde a la memoria. “La memoria está hecha de lo recordado y lo olvidado, de sus palabras y sus silencios, de sus imágenes y sus vacíos” (Roberto Ampuero). Ni digamos cuando el referente nos viene de Jorge Luis Borges: “…el presente está solo. La memoria/erige el tiempo. Sucesión y engaño/es la rutina del reloj. El año/no es menos vano que la vana historia. /Entre el alba y la noche hay un abismo/de agonías, de luces, de cuidados; /el rostro que se mira en los gastados/espejos de la noche no es el mismo. /El hoy fugaz es tenue y es eterno; /otro cielo no esperes, ni otro infierno”. El tiempo y la memoria, suma de imprecisiones. “El tiempo no es sino el espacio entre nuestros recuerdos”, según Amiel, el singular profesor ginebrino que le desveló a Gregorio Marañón.

“…y llega un día en que no queda ni un solo testigo vivo que pueda recordar” (A. Muñoz Molina). María Antonia García de León Álvarez, española, me cuenta que un antepasado suyo escribió las primeras memorias publicadas en España. Que al presente biografías y autobiografías, “lo que ahora se llama escrituras del yo”, se hallan entre las publicaciones más leídas y recomendadas. Así debe ser. La memoria de aquel yo, con la escritura alfabética ha logrado neutralizar la finitud de la vida.
Razón de más para que resulte intrascendente eso de mirarnos devastados por el paso de los años.

Rodrigo Fierro Benítez / rfierro@elcomercio.org

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