Fascismo y populismo

Los gobiernos de las dos economías más grandes de América Latina, Brasil y México, estarán, en pocas semanas, comandados por un presidente fascista y otro populista, respectivamente. No son iguales, pero se parecen.

El brasileño Jair Bolsonaro y el mexicano Andrés Manuel López Obrador, encajan en tales adjetivos por sus abundantes expresiones y acciones previas. Lo que hagan, el primero desde enero y el segundo, desde diciembre, lo corroborará o desmentirá.

Por ahora, la evidencia nos indica que las imperfectas democracias de Brasil y México estarán lideradas por personalidades con anticuerpos poderosos contra la tolerancia, las instituciones y el lento, tortuoso y, en ocasiones, decepcionante camino de los acuerdos y consensos.

No conjugo con quienes llaman a Bolsonaro un populista de derecha. El discurso de este ex militar, que idealiza a torturadoras, denigra a mujeres, repudia a homosexuales y aboga por la pena de muerte, tiene como eje la violencia. A diferencia del populista, él no habla de sumar a las mayorías pobres al carro de la democracia y el desarrollo, ni dispara contra las élites económicas. Tampoco aboga por la equidad o igualdad. La impronta de Bolsonaro es fascista. Para él, no hay cabida a los derechos humanos ni al diálogo, sino a la militarización, los golpes sobre la mesa y la autoridad violenta.

López Obrador está en las antípodas. El accionar y el discurso del mexicano divide aguas entre pobres y ricos, entre revolucionarios libertarios y conservadores, entre prensa “fifí” y la decente. El objetivo de “El Peje”, es refundar al país bajo los ejes de justicia y equidad, según proclama. En octubre, López Obrador dio una muestra de su estilo. El partido que él fundó y dirige, organizó una consulta sin controles ni las más mínimas normas de transparencia e independencia de quienes recibieron y contaron los votos. Se preguntó a los participantes si querían que continuará la construcción de un mega aeropuerto en la capital, la respuesta abrumadora fue que no, la misma que él pregonaba desde que fue candidato. Con la opinión de 1 por ciento de votantes del padrón y sin que todavía asuma la Presidencia, López Obrador proclamó que el pueblo había decidido. El aeropuerto no se hará. De nada sirvieron todos los argumentos técnicos y políticos en contra de su decisión. Nada importaron las encuestas serias y previas que señalaron que la mayoría sí quería el aeropuerto.

Ahora mando yo y yo hablo por el pueblo, fueron, palabras más o menos, la respuesta del próximo mandatario ante las críticas.

Bolsonaro y López Obrador fueron electos gracias al hartazgo de las mayorías frente a los políticos tradicionales. Ambos prometen refundar sus países con base a autoridad y voluntad. Para ellos, las instituciones de la democracia, son un estorbo.

Vienen tiempos agitados para los dos grandes de América Latina. Sus democracias, que gobiernan en conjunto a 332 millones de personas, estarán en juego.

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