Salvar a los yazidíes

Setecientos mil yazidíes están amenazados de morir por militantes del Estado Islámico. Ya mataron centenares. No hubo más muertos porque huyeron.

Esta persecución se afinca en una horrenda tradición medieval vigente en parte del islamismo árabe: rechazan todo pluralismo religioso. Los yazidíes tienen otro dios y creencias antiquísimas. Para los fanáticos no hay más dios que Alá ni otro profeta que Mahoma. Quien crea en algo diferente, literalmente, le arrancan la cabeza.

Los yazidíes son kurdos, pero la mayoría de sus compatriotas profesan el islamismo y se hacen de la vista gorda cuando los masacran los fanáticos empeñados en revivir el Califato. Mientras los kurdos claman su derecho al autogobierno, niegan la sal y el agua a los yazidí, una minoría dentro de la minoría.

El presidente Obama hace bien en intentar ampararlos. Toda nación seria y compasiva tiene “la responsabilidad de proteger”, como establece el departamento de la ONU dedicado a prevenir el genocidio. Estados Unidos no puede amparar a todo el mundo permanentemente, pero sí debe, cuando es factible, impedir estas carnicerías.

Los yazidíes ahora intentan emigrar. Se sienten, supongo, como los judíos alemanes tras las Leyes de Núremberg dictadas por Hitler en 1935. Tenían que irse hacia cualquier parte. Por eso los yazidíes tratan de viajar a Estados Unidos, Canadá y Europa. Si los latinoamericanos fueran realmente solidarios y tolerantes, también deberían extenderles visas de residencia a familias yazidíes.

Casi todos los inmigrantes asentados en Latinoamérica resultaron benéficos al país de acogida. No solo españoles, portugueses e italianos fácilmente asimilables, sino japoneses, chinos, libaneses, sirios y judíos llegados a Hispanoamérica, sin saber el idioma y devotos de dioses y ritos ajenos a la tradición nacional, lograron crear riquezas con su trabajo e innumerables familias mixtas.

¿Es tan difícil que cada país latinoamericano intente salvar a unos cuantos millares de yazidíes? Como los gobiernos no suelen ser buenos samaritanos, esa labor podrían organizarla miembros de la sociedad civil. Las iglesias, logias masónicas y clubes cívicos pueden contribuir a salvar familias yazidíes.

Los cubanos podemos entender esta “responsabilidad de proteger” por una razón mala y otra buena. La mala sucedió en 1939 cuando el Gobierno cubano rechazó el barco Saint Louis que traía a bordo 936 judíos que habían comprado sus visas para escapar del nazismo. No los dejaron desembarcar y regresaron a Europa. Pocos después estalló la Segunda Guerra y buena parte de ellos murieron gaseados. Vergüenza eterna.

La buena razón ocurrió 20 años después, al instaurarse un régimen estalinista en Cuba y comenzar un éxodo que no ha cesado. Estados Unidos ha acogido y protegido a casi dos millones de refugiados cubanos. Sumados sus descendientes, la cifra ronda los cuatro o cinco. A otra escala, también lo hicieron la Venezuela democrática prechavista, España y Costa Rica. En esta terrible circunstancia cuando muchos cubanos aprendimos cuánto vale una mano amiga cuando se cierran todaslas puertas.

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