Museos: Cenicientas de la cultura

Celebramos nuevamente el Día de los Museos. Una marcha pública en Cuenca, un seminario en Quito sobre “Museos, historia pública y políticas culturales” (Universidad Andina), alguno que otro comentario en los medios. Supongo que a estas alturas del partido estaremos de acuerdo en que los museos no son solo “depositarios de bienes muebles representativos del patrimonio cultural de la nación”; y por extensión a lo anterior, tampoco son “lugares de relatos de nación y memoria colectiva”. Son, o deberían ser espacios “activistas” desde donde se anime al debate, se tensione y cuestione precisamente la noción –entre otras- de “nación”, una noción del romanticismo decimonónico que no existe más cuando vivimos la mayor porosidad de fronteras en la historia mundial y nos anima o debe animarnos más bien un diálogo multivocal que va más allá de la política local.

Debido a ello, es crucial preguntarnos, como lo hace Guillermo Bustos, qué memoria construimos, qué aspectos debatimos; y añado, a la luz de los acontecimientos presentes, ¿qué integramos en nuestros discursos museológicos y museográficos, qué tipo de programas generamos y para qué audiencias?

Si queremos que los museos de una vez por todas dejen de ser salas de exposición sin más, es crucial suministrarles de una autonomía para la generación de estrategias y gestión; excluirlos de la lucha partidista o de los feudos políticos poniendo al frente de los mismos profesionales y técnicos críticos. Esto es posible en tanto y cuanto se los dote de recursos suficientes para su funcionamiento sin seguir con la eterna y complaciente fórmula de que lo primero que se recorta presupuestariamente hablando, en tiempos de crisis (es decir siempre), es al sector cultural, sea eliminando personal como se ha hecho en el Museo Nacional inaugurado hace poco tiempo, o dejando un exiguo financiamiento que apenas cubre salarios del personal. Los seminarios y talleres de capacitación, el registro y catalogación de bienes, la investigación de y sobre sus colecciones y otros aspectos relacionados, las mesas de debate y curaduría crítica, etc., quedan excluidos del programa. De esta manera se pierde la razón de ser de estos lugares.

Si son espacios de comunicación, desde cualquier tipo de museo (de arte, vestuario, ciencia o ferrocarril), pensemos en la generación de procesos que de-construyan categorías impertinentes y armen una del conocimiento que incluya nuevas creencias y valores sujetos –también estos- a constante debate; incluyentes de la disidencia. Desde la cultura material, un traje del siglo XVIII por ejemplo, podemos llegar a debatir sobre las rutas del comercio, la jerarquización y modos de distinción de una sociedad, el posicionamiento del hombre frente a la mujer, y llevar este conocimiento a un presente crítico.

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