El mayor combustible que hay. Lo tenemos sobre nuestra cabeza, lo respiramos, cae abundante sobre los bosques, especialmente de la ciudad.
Son los gases producidos por la gasolina del transporte que no hay manera, hasta el momento, de cambiarla.
Y, hablando de bosques. Tenemos “plantíos forestales”, en lugar de bosques de ciudad, planificados, rameados, raleados y cercados por resguardos. La Corporación de Cooperación y Desarrollo, calificadora de la calidad de cuanto sembramos, me ha manifestado que si no se previene en los mismos campos, con precauciones técnicas, todo verano fuerte será propicio para el incendio de bosques y chaparrales.
Pueden ser provocados o pueden ser espontáneos, gracias a toda la basura: vidrios, plásticos y más, que se arroja en los alrededor.
La esperanza que tenemos es poca: cambiar de combustible, educar a la población, y asear los campos y quebradas. Pues existen motivaciones suficientes para que todos empeñemos todo esfuerzo en cuidar nuestra naturaleza, nuestra vida.