Podría llenarme de vanidad al decir que conocí a este desaparecido amigo. Visité algunas veces su casa y lo entrañable de su biblioteca. No he olvidado su figura humana. Era un lector fino y apasionado. Usaba un lenguaje coherente con su condición de literato, de político (cuando lo fue) y canciller de la República. Contaba que a pesar de sus múltiples y azarosas obligaciones, y a la hora en que llegaba a descansar leía algunas páginas de El Quijote.
Siempre se daba tiempo para ir a la Librería Cima y escoger con solvencia lo que le apetecía. Nunca hizo alarde de su preeminencia y poder. Creo que su hoja de vida académica era sencilla.
Nada de doctorados, peor la vanidad de nombrar universidades extranjeras. Era y fue un digno canciller en la época del abogado, Jaime Roldós. Qué talla moral e intelectual. Nunca escuché de sus labios, ni en la intimidad de la amistad, una palabra destemplada. Nunca un gesto autoritario o de humillar a los demás. Sabía que el poder es pasajero. Y la lectura era su refugio. Y escribir, igual. Cómo miraría con pena lo que sucede hoy: mucho del lenguaje de ‘chacota’ y poses de chabacana informalidad, desde la cabeza a ministros y asambleístas. Se salvan el Vicepresidente y tan pocas excepciones. ¡Cómo no recordar en estos días a D. Alfredo Pareja Diezcanseco!