Nos acercamos al tiempo de campaña. Veremos en la televisión a sonrientes candidatos mirando al horizonte. La típica música inspiradora de fondo, y uno que otro barrio humilde con señoras agitando banderines y telas pintadas con los colores respectivos de cada partido. ¿Las propuestas? ¡En esta ocasión tenemos de todo! Nos ofrecen incrementos del Bono de Desarrollo Humano, construcción de viviendas… Y en teoría, nos ofrecen “Acabar con la pobreza en el Ecuador”. Ante todo esto, algunos nos limitamos a suspirar y a mirar hacia el piso con una mezcla de decepción e ironía. ¿A quién me refiero? Pues a la clase media.
Somos quienes sufrimos medio mes de sequía, y medio mes de estabilidad. Somos quienes acabamos buscando centavitos en los sillones o en los floreros para comprar la leche. Aquellos que a veces sufrimos con la idea de no tener para pagar la tarjeta de crédito, o que nos corten el teléfono ante el menor retraso en el pago. No somos ricos, pero nos tratan como tales. Sin embargo, parece que a los ojos de los candidatos, la clase media no existe. Pagamos impuestos por tener lo que tenemos. Sabemos que todo cuesta esfuerzo, y que las cosas no vienen gratis. Tenemos la filosofía del trabajo y creo que no hablo solo por mí cuando creo que todos deberían de esforzarse para salir de la pobreza. ¿Para qué subir el bono a cincuenta, sesenta, o sesenta y cinco dólares? Parece que los fondos no son un problema, entonces ¿No sería mejor crear fuentes de trabajo para disminuir el desempleo y la pobreza? El dinero regalado no regresa, el invertido sí. Talleres gratuitos, escuelas de oficios, cosas útiles. Trabajo para todos. El bono debería ser únicamente para aquellos que demuestren que no pueden de ninguna manera subsistir por sí solos. Un Gobierno que controle estrictamente quién lo recibe, y por qué. Con menos gente cobrando, el bono podría subir, y con el mismo capital. Si queremos que el país avance, necesitamos eliminar la viveza, la mediocridad y el facilismo de raíz.