Urbanidad, Moral y Cívica

Recuerdo con profunda satisfacción cuando aún era un niño, mi madre, Ernestina Ruiz de Argüello, que era Directora de una escuela de la provincia de Bolívar, nos hacía ver lo importante que era la educación en lo referente a urbanidad, moral y cívica, aconsejándonos cada día a cumplir con tan invaluables preceptos de la vida dentro de la familia y con los demás; el hogar era en ese entonces  el inicio del cumplimiento de los valores tan venidos  a menos hoy en día.
No sé, ni quiero saber, quién fue de la iniciativa de suprimir estas materias del pénsum de estudios en los colegios del país, pues hasta el año  de 1957, en que me gradué en el Juan Pío Montúfar de Quito, aún estudiábamos estas materias que nos enseñaron el buen vivir dentro de la sociedad; lo que sí sé es que el ilustre Rómulo López Sabando, entonces diputado por la provincia del Guayas, por los años de 1990, presentó un proyecto de ley que imponía la enseñanza obligatoria de urbanidad, moral y cívica, en escuelas, colegios y universidades. La ley quedó en el limbo durante la Presidencia de Rodrigo Borja, pero solo con Sixto Durán Ballén se logró su aprobación y publicación en el Registro Oficial en 1992. Han transcurrido 20 años y nadie ha sido capaz de cumplir con esta ley por desconocimiento o ignorancia de las autoridades competentes.
Carreño dice claramente que la urbanidad es el conjunto de reglas  para comunicarnos con dignidad, decoro y elegancia durante nuestras acciones y conversaciones y para comportarnos con benevolencia, atención y respeto. Nos enseña los deberes morales del hombre para con Dios, la sociedad, la patria, nuestros semejantes y para con nosotros mismos. Los deberes de padres e hijos, entre los diferentes estamentos del Estado y los ciudadanos, etc.
La moral consiste en amarse bien a uno mismo y a los demás y nunca hacer el mal a nadie. La cívica trata de la familia, el matrimonio, los amigos y enemigos.

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