La visita del papa Francisco nos permitió evidenciar muchas cosas. Un pueblo alegre, maravilloso, que venció un inclemente frío, una asoladora lluvia, un sol abrazador en las altas temperatura del Puerto. Evidenciamos una vigilia continua en Quito, Guayaquil, con cantos y oraciones fervientes durante toda la noche. La gente afloró sus convicciones. Qué pequeña que quedó la política, se sepultaron las ideologías, los bandos; a todos les interesaba lo que les habían legado sus antepasados, su familia: la fe, y por eso, estuvo jubilosa de recibir a su Pastor. Personas como Gustavo Jalkh honraron de pureza la presencia gubernamental, penosamente Fredy Elhers y su sombrero la desvirtuó. Hay quienes nos aferramos de manera esperanzadora al mensaje de Francisco y haremos los esfuerzos necesarios para considerarnos como una sola familia. Así esperamos que el Gobernante no vuelva a descalificar a sus adversarios como hasta ahora lo ha hecho tan crudamente. Claro que es necesario combatir lo que se debe combatir con valentía pero sin excluir humillando, para esto se necesita un consenso maduro, amoroso, sacrificado, sin ningún espíritu salvador ni redentor. Eso solo puede hacer la religión, no la política y con humildad como lo demostró nuestro Santo Padre. Demos al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. ¿Se podrá lograr este milagro? Tengamos fe, no olvidemos lo que dijo un jesuita hace muchos años. “Familia que reza unida, permanece unida” ¡Adelante!