Los que votaron por el No en Colombia no es que sean unos irresponsables, como algunos despistados dentro de Colombia y fuera de ella han expresado en los medios; ellos también quieren la paz, pero no en los términos acordados entre el gobierno y la guerrilla, a la que, a través de una serie de privilegios –como el hecho de facilitarles frecuencias radiales, un canal de televisión, sueldos a los cabecillas, y encima sin pasar un solo día en la cárcel por los crímenes y demás atrocidades cometidas- se les iba a entregar en bandeja de oro el país.
El triunfo del No significa evitar que el país caiga en manos del comunismo castro-chavista. Esto lo tiene claro el ex presidente Álvaro Uribe, quien lideró la campaña por el No.
Uribe considera que, con todas esas concesiones, más el poder económico con el que cuenta esa organización, catalogada como uno de los poderosos carteles de la droga de la región, Colombia podría tener en el mediano plazo de Presidente de la República a un ex guerrillero. Lo que sería catastrófico no sólo para Colombia, que la convertiría en un narco-Estado, sino para el resto de América Latina, donde se sustituiría a la democracia por regímenes totalitarios.
La guerrilla de las FARC, al igual que otro grupos guerrilleros, han conspirado por más de medio siglo contra la democracia colombiana. ¿Los colombianos y los latinoamericanos podemos esperar que estos guerrilleros, si llegan a gobernar en Colombia, se comporten como verdaderos demócratas con esos antecedentes?