Llegaba al peaje de la autopista General Rumiñahui, faltaban unos mil metros para las casillas de cobro, no había “trancón”, la vía estaba con autos que se deslizaban a mediana velocidad y en los rostros de los conductores se reflejaba alegría y optimismo. Pensé en el Prefecto de Pichincha y la decisión que había tomado. Está cumpliendo con su obligación del buen vivir para los habitantes de la provincia y ha encontrado otras fuentes de financiamiento para las obras que ejecuta. Al fin y al cabo la autopista está requetepagada y no es justo que sigan cobrando peaje. ¡Qué bueno!, me dije… Solo era un sueño, ¡desperté! Otra vez los trancones, caras agrias, minutos de desesperación y conformismo, y están ampliando la vía para poner tres casetas más en este infierno. Qué pena…